Humberto Valdivieso
Pinto flores con el deseo de retenerlas y de que
el ahora se vuelva eterno.
Porque las flores no duran. Son efímeras,
como nosotros.
La muerte siempre nos está rondando.
Pero las flores renacen llenas de esplendor.
Eso me reconcilia con la vida.
T.G
Lo que Teresa Gabaldón nos muestra aquí es el resultado de una acuciosa investigación sobre los límites de la sensibilidad. Durante largo tiempo ella ha estudiado las propiedades sensibles de ciertos materiales. Los ha confrontado a un dibujo cuyos trazos transcriben una poética de lo orgánico. Les ha permitido tambalearse entre lo poético y lo utilitario. En su empeño por revelar las sutilezas espirituales presentes más allá de lo tangible ha seguido las huellas que deja tras de sí un mismo principio vital. Ese que está presente en lo orgánico y lo aparentemente inerte, en las partículas subatómicas y en las galaxias por igual. Semejante tránsito la ha llevado a elaborar una obra –formas del espacio y del tiempo– situada a medio camino entre las cualidades de los objetos cotidianos y los desvíos del alma.
Desde su singular curiosidad por las propiedades sensibles de objetos como la lija y del significado profundo de iconos como la flor, esta artista caraqueña expone un paisaje donde lo industrial y las formas de la naturaleza orgánica conviven bellamente. El resultado de los experimentos, silenciosos y casi alquímicos, hechos en su taller –situado en lo alto de una torre– nos revelan que la vida, y por lo tanto la belleza, están hechas de intersecciones y vínculos misteriosos entre lo que suponemos es disímil. [Continúa leyendo…]
COM2025210-211_190-192