Rigel García
El presente texto es una reflexión sobre el artista venezolano Carlos Zerpa a partir de dos performances y un cómic que involucran a la televisión venezolana. La articulista, después de analizar y reflexionar sobre el trabajo artístico de Zerpa concluye diciéndonos que “El espejo –y la ironía– con los que Zerpa confrontaba al público a finales de los años 70 e inicios de los 80 apuntaban a algo mayor: las estructuras de poder, sus falsos deseos infiltrados en la gente y una consecuente falta de voz propia…”.
Algunos de los performances que el artista venezolano Carlos Zerpa (Valencia, 1950) realizara a partir de 1978, a menudo son analizados como una crítica a la fetichización de los símbolos patrios en su paralelismo con la religión. Es un tema que tocan, ciertamente, de manera significativa y contundente. En estas acciones, el artista podía personificar al ciudadano común atrapado en su rutina, a la patria, a un curandero o al doctor José Gregorio Hernández. Junto al despliegue de un universo objetual de banderas, estatuillas religiosas, velas, inciensos y campanas, sus gestos evocaban por igual un ritual mágico de sanación, el ceremonial de la liturgia católica o un asalto de iconoclastia. En calidad de oficiante, Zerpa utilizaba la estructura del culto para mostrar la verdad incómoda del dominio ejercido por el aparato simbólico de la nacionalidad y de la Iglesia. Sin embargo, una capa de sentido adicional emergía gracias a la inclusión de productos típicos de la cultura de masas –como las botellas de Coca-Cola o de salsa de tomate kétchup– y, claro está, un televisor (ver figura 1 – PDF).
Era evidente para Zerpa que la idolatría subyacente al imaginario patrio y a las prácticas religiosas también operaba en los medios de comunicación masivos, cuyos contenidos estereotipados y estrategias publicitarias generaban el mismo resultado: la anulación del pensamiento crítico y el avasallamiento del colectivo. Su principal vehículo era para entonces la televisión, que había regularizado sus transmisiones durante la década del 70 con un impacto significativo en la sociedad venezolana . En ese sentido, es notable que dos performances de Carlos Zerpa involucraran, con variaciones, la exhibición de un televisor como parte del clímax de su maniobra ritual.
En Yo soy la patria (1978 y 1979), las acciones de Zerpa incluían, entre otras, encender un televisor, pintar la bandera nacional sobre un cartón utilizando los dedos y disponer figuras de José Gregorio Hernández en el espacio junto a velas e inciensos. Tras cambiar de canal en algún punto, el artista mostraba una botella de Coca-Cola, se pintaba los labios e indicaba en cada caso “esta es mi sangre” y “este es mi cuerpo”, emulando la ceremonia de la consagración de la misa católica. El punto culminante del performance llegaba cuando el artista, de manera solemne, alzaba el televisor sobre su cabeza como un cáliz sagrado, afirmando “Este es el cordero de dios, que quita los pecados del mundo. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para salvarme”. [Continúa leyendo…]
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