Prisma es un lugar de encuentro y experimentación libre. Sus integrantes no tienen un dogma a partir del cual crear. Para ellos, el aprendizaje debe ser “significativo, abierto y vivencial de autoconocimiento”.
Los talleres de artista han existido desde tiempos remotos en a historia del arte. Tienen su origen en lo artesanal. Estaban vinculados, en el mundo antiguo, a la construcción y la manufactura de objetos utilitarios o decorativos. Eran centros de producción y aprendizaje, a tal punto que el discípulo ingresaba al taller del maestro desde la adolescencia. En el Renacimiento se dedicaban a la manufactura de obras públicas y privadas, eran conocidos como Botteca. Notables maestros formaban a quienes serían posteriormente grandes artistas. Es el caso de Andrea del Verrocchio, quien en su Botteca de la parroquia de San Ambrogio en el Quattrocento florentino, formó a Pietro Perugino, Sandro Botticelli y Leonardo da Vinci. O bien de Lorenzo Ghiberti el “rey Midas” de la escultura en la Florencia del cinquecento–, quien había sido educado por su padre orfebre y tuvo de asistentes a Donatelo, Michellozzo y Paulo Uccello. En Amberes, Rubens construyó la Rubenshuis, su casa-taller. Tuvo por discípulos, además de Jacob Jordaens y Anton van Dyck, un centenar de jóvenes pintores.
Si nos apartamos de la tradición histórica, hoy podemos decir que el taller es un espacio de intercambio y confrontación de ideas. El hacer técnico no tiene el peso que tuvo en la antigüedad, tampoco el alumno es necesariamente una extensión de su mentor. El modo de concebir estos espacios ha cambiado en su configuración y en sus objetivos. Sobre todo si apuntamos a experiencias como la del Taller Prisma, coordinado por Julia Cohen y tutelado por el artista-docente Víctor Hugo Irazábal. Una comunidad muy particular que también es diferente a las agrupaciones paradigmáticas del arte venezolano como El Círculo de Bellas Artes, el Taller libre de arte o La barraca de Maripérez.
Prisma es un lugar de encuentro experimentación libre. Sus integrantes no tienen un dogma a partir del cual crear. Tampoco, siguen una tendencia, un estilo o un tipo de formato específico. Para ellos, el aprendizaje debe ser “significativo, abierto y vivencial de autoconocimiento”. Sus integrantes son personas que no vienen, necesariamente, de una escuela de arte. Ellos están comenzando a transitar por este mundo en una etapa de la vida adulta donde el deseo priva sobre la necesidad. Pueden ser arquitectos, ingenieros, abogados o simplemente almas curiosas en busca de una experiencia estética. De ahí, el valor que tienen la libertad y la autodeterminación en su forma de abordar el arte. [Continua leyendo…]
Comunicacion-207-208-214-217-El-Taller-Prisma