Meryi Isabel Barreto
N.R. Ante la suspensión del Festival de Cine de Margarita les invitamos a leer estas reflexiones de la Licenciada Meryi Isabel Barreto, surgidas al calor de un debate con los cineastas venezolanos: Javier Blanco, Sergio Curiel y Julio García en la Universidad Católica Andrés Bello, Caracas
Hasta hace muy poco tiempo, la hipótesis parecía descabellada: el arte del cine,
ya consagrado como tal, objeto de sesudos estudios sociológicos, históricos y
estructuralistas; el poderoso medio de comunicación masivo, promotor de una
civilización de la imagen, decisivo engranaje de la industria del entretenimiento,
puede desaparecer. Y solo ha cumplido ochenta y cinco años de vida.
Hoy en día, en casi cada rincón del planeta, el uso y disfrute del streaming se ha vuelto parte de la cotidianidad. Pero, al igual que con cada uno de los avances de la tecnología, la evolución de la máquina significa ineludiblemente el reemplazo del trabajo hecho por el hombre, y esto ha empezado a generar la pregunta: ¿Dejará de existir el cine?.
La preferencia actual hacia el streaming y la cada vez mayor carencia de producción cinematográfica han engendrado, en productores y guionistas, algunas interrogantes desazonadoras: ¿el cine puede desaparecer? ¿Será la pantalla grande reemplazada por el streaming y las plataformas interactivas? ¿Dejaremos de
hacer cine?.
Ante estas alarmantes problemáticas, varios directores y aficionados han expresado su opinión y sus perspectivas y han generado diversas respuestas hacia dichos enigmas. La mayor parte de estas respuestas nacen en la experiencia que los involucrados en el mundo cinematográfico han acumulado a lo largo de los años, porque si en una cosa coinciden todos ellos, es en que no es esta la primera amenaza a la que se enfrenta la pantalla grande.
La llegada del streaming
Netflix, Disney, Max, Prime Vídeo… La televisión por cable o satelital ha sido casi completamente reemplazada por las plataformas de streaming, una transición que, a mi parecer, era inevitable: en el momento en que la TV obtuvo acceso al internet, los canales de televisión se colocaron en total desventaja.
Era cuestión de tiempo para que surgiera un mecanismo que permitiera al consumidor tener acceso a cualquier programación en cualquier horario, a través de una única conexión a internet desde la TV, un poco lo que logró Netflix. Desde el comienzo, esta compañía apostó por la tecnología como un elemento diferenciador. Elaboraron un sitio web que permitía a los usuarios calificar las películas que veían, y de allí generar un sistema de recomendaciones automatizadas y personalizadas que aumentaban la comodidad del espectador. Netflix no falló en asegurar la experiencia del consumidor y, a medida que la competencia iba surgiendo, se vieron obligados a seguir innovando.
En 2007 Netflix dio el salto a los servicios de streaming. Disney+ llegó unos años más tarde. Pero, aunque estas plataformas y sus variados competidores ofrecen una cómoda experiencia a la hora de disfrutar de películas y series, parece ser YouTube el que encabeza la lista de plataformas preferidas por los usuarios para consumir contenido audiovisual.
Sergio Curiel, Vicepresidente de la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas de Venezuela (ACACV), asegura que este posicionamiento se debe a la capacidad que ofrece esta plataforma de interactuar con el contenido que se está consumiendo:
Están los de las grandes casas, como Netflix, pero los especialistas del tema aseguran
que el futuro del streaming es el YouTube, porque se parece más al Instagram, y allí
tienes la oportunidad de interactuar con mil opciones. La juventud prefiere esa libertad.
Curiel sabe bien que Netflix permite realizar una puntuación del contenido y organizar una lista con las series o películas que se desean ver próximamente, además de que la plataforma realiza sugerencias al usuario según el contenido consumido. Sin embargo, YouTube permite al consumidor hacer comentarios sobre videos ya publicados, o interactuar con programación que está siendo transmitida en vivo, y por eso, al hablar sobre la experiencia que el streaming ofrece al usuario, Curiel asevera que esta elección de plataformas varía y variará según los requerimientos de cada generación, y termina su frase con lo siguiente: “Esos son fenómenos. El streaming no hará desaparecer el cine. Las decisiones de la audiencia siempre van a ser variadas”.
Predominio de la pantalla grande
En una conversación con Javier Blanco —director de cine y reconocido actor de teatro— y Julio García —productor asociado y profesor en la escuela de Comunicación Social— 3 se discutió cómo la experiencia de ver una película dentro de una sala de cine es diferente a la de hacerlo en casa. Los cineastas destacaron que el cine es un hecho social, mientras que el streaming es más individual, y mencionaron la importancia de la experiencia sensorial en salas de cine con tecnologías avanzadas como Atmos y proyección láser.
Resumiendo un poco lo señalado por los productores, la diferencia entre ver una película en el cine o verla en casa radica en el hecho social, y una diferencia inmediata sería la necesidad de ir en compañía al momento de entrar a una sala de cine, cosa que no sucede cuando se está disfrutando de una película en casa. Desde la inauguración de la primera sala de cine (aproximadamente en (1895), es común asistir a las películas en parejas o en grupos, y al insertarnos en una sala con alrededor de 200 personas, la experiencia al momento de consumir el contenido es inevitablemente distinta:
Entonces hay una narrativa que hace que todos los asistentes se hagan
preguntas, de repente hay alguien riendo, “¿de qué se están riendo?” “Ah,
por esto”. O sea, el hecho social hace que el espectador se pregunte una
cantidad de cosas y que se sienta identificado con otras, porque lo está
viendo con 500 espectadores, con 200, o antes eran 3000, en el teatro
Altamira, por ejemplo. Entonces, claro, eso genera una situación en cuanto
a la propia narrativa, la narrativa en los cines es muy superior a la que tú
puedas sentir en tu casa, por muy costoso que sea el equipo y la corneta.
(Blanco, 2025)
Pero entonces, si la experiencia en la sala de cine tiene múltiples ventajas al momento de disfrutar una película, ¿por qué existe una tendencia predominante hacia el streaming? En palabras de Javier Blanco:
El problema del cine es que la cotufa es más costosa que la entrada. Ese es
el gran problema. Ahora, indudablemente, la experiencia es totalmente
distinta. O sea, el meterte dentro de la película o que la película te absorba
a verlo en una pantalla en casa, por muy grande que sea.
Sin embargo, señalan ambos entrevistados, esta inclinación actual hacia el consumo constante del streaming, no es considerado por los expertos como una amenaza hacia la producción cinematográfica. Es más bien un escenario tomado como la obligación de producir más y mejor cine, una consecuencia de la evolución del consumo y de los consumidores, una oportunidad de renovar los criterios y propósitos del arte de la pantalla grande.
Rescatemos lo que señaló José Agustín Machieu acerca de la posible desaparición del cine hace cuatro décadas:
Muchas veces se anunció la muerte del teatro, precisamente ante la
aparición del cine. El teatro ha sobrevivido, con sus propias adaptaciones a
formas menos masificadas de entretenimiento, quizá con implantaciones
más aisladas, pero conservando sus propios valores. Del mismo modo
—se ha dicho—, el cine sobrevivió en la década del cincuenta a la invasión
espectacular de la televisión, que llegó a modificar profundamente la
estructura de la cinematografía al obligarla a cambiar de métodos de
difusión, técnicas y hasta actitudes estéticas. (Machieu, J. A., 1980)
Si el autor se vio en la necesidad de defender el lugar del cine durante los años 80’, y hoy somos testigos de cómo el séptimo arte ha mantenido su producción, ¿por qué deberíamos temer entonces?.
La transición al streaming, hace unos años, tampoco estuvo exenta de dificultades. La inversión en infraestructuras de red y tecnologías de compresión de vídeo fue significativa. Además, entraban en juego otras variables, como las distintas velocidades de conexión de los usuarios y el aumento del número de dispositivos electrónicos usados para la reproducción de contenidos, como smartphones, ordenadores, televisiones inteligentes y tablets. Esto significó que los contenidos tuvieran que adaptarse para funcionar en cada uno de estos dispositivos, y no olvidemos que se trataba del contenido cinematográfico que ya había sido proyectado en las salas de cine.
Esta transición hacia el streaming no ha sido más trascendente que la que azotó la forma de consumir películas y series con la llegada del televisor. Sin embargo, al igual que ahora, los cineastas, productores y críticos especializados tomaron esta invención como impulso para modificar las técnicas de filmación y edición y replantearon las formas de hacer y ver cine. Por eso, ante la aparente posibilidad de que el cine se vea solapado por el cada vez mayor alcance del streaming, conviene recordar las palabras del guionista argentino:
¿Hay que desesperar? Si consideramos la probable evolución de las artes
industriales, puede que exista alguna contingencia que ayude a mantener
nuestra esperanza. El cine hablado, en su forma actual e inferior o en su
estado perfecto de mañana, es una fase de la evolución cuyo final no puede
adivinarse. Cuando la televisión haga acto de presencia, todos los
problemas volverán a plantearse. ¿Quién puede asegurar que no inspire
una técnica nueva, que no dé nacimiento a nuevos medios de expresión
que hoy resultan inimaginables? Si el cine hablado aparece como una
revancha de lo auditivo sobre lo visual, ¿no será la televisión una revancha
de lo visual y la base definitiva de un arte de la imagen? (Machieu, J. A.,1980).
Ante todas estas dudas y desarrollos, el mundo del cine se prepara ya para un año revolucionario este 2025, marcado por avances tecnológicos, narrativas innovadoras y una industria más inclusiva y sostenible. Se habla de la producción de películas inmersivas, a través del uso de la realidad aumentada y la realidad virtual, capaces de permitir la interacción del espectador en ciertas escenas de películas y series; el uso de la IA como co-creadora de cine, con la cual directores y guionistas desarrollan y perfeccionan sus guiones y efectos visuales de forma más rápida y efectiva; narrativas inclusivas y sostenibles; avances de animación, valiéndose de la combinación de técnicas digitales para la creación de universos hiperrealistas; entre otras diversas posibilidades que prometen revolucionar la forma de producir cine.
Para cerrar, recurrimos nuevamente a una de las afirmaciones de José Agustín Machieu, una de las voces que defendió la primacía del cine hace casi medio siglo, y cuyas afirmaciones podemos retomar hoy para defender el séptimo arte con la misma vigencia:
“En menos de treinta años, ¡cuántas evoluciones en un arte que tan
estrechamente depende de la técnica! Se puede preguntar lo que quedará
dentro de treinta años de eso que nuestros contemporáneos llaman cine,
¿Y dentro de trescientos…? Sin duda, nuestro cine aparecerá entonces
como la forma primitiva de un medio de expresión que hoy nos es difícil
imaginar. O quizá su recuerdo sea uno de los más extraños vestigios de
una civilización desaparecida”.
Entonces, ¿va a desaparecer el cine?