Doctora en Ciencias Humanas. Profesora emérita de la Universidad de Los Andes (ULA). Sus áreas de investigación, docencia y consultoría están enfocadas a las políticas públicas de telecomunicaciones, el acceso a la información y la libertad de expresión con énfasis en entornos digitales. Líder de proyectos de capacitación de comunicadores sociales en asuntos de tecnología. Actualmente es investigadora asociada del Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales (Cieps) de Panamá y consultora independiente para organizaciones internacionales.
Nuestra preocupación ha sido siempre el horizonte, la utopía democratizadora. Mi modesta contribución ha sido el esfuerzo por tratar de llevar a ese cauce las dos fuentes que han nutrido mis inquietudes académicas y de las cuales también soy tributaria: la comunicación alternativa y las innovaciones en el área de las tecnologías de la información.
La comunicación alternativa fue una práctica que se inició al salir de la escuela de periodismo. La universidad nos forma en el método, la estética y la ética del oficio; pero la vida, eso que pasa afuera, nos descoloca y nos desafía. Así que las teorías acerca de la comunicación alternativa avizoradas en las aulas cobraron cuerpo en la fuente comunitaria de un periódico regional.
Con los venezolanos de los sectores más vulnerables cuestioné el significado del “silencio de los receptores” y comprendí que era un error plantearse aquello de “darle voz a los que no tienen voz”. Porque la tenían. Las oí alto, claro, de todos los tonos posibles. Eran los años ochenta en sus finales. Vivíamos en un país enfermo y mucha gente prestó oídos a quienes les invitaban a curarse con un tónico milagroso. Nada de ejercicio, comida saludable y sueño suficiente. Urgida de salud, la mayoría lo apuró de un solo trago. Pero la dolencia empeoró.
Y llegó Internet. Cuando despuntó en el horizonte fue como presenciar la erupción de un volcán. El flujo piroclástico nubló el horizonte. La mayoría se concentró en esa explosión magnífica sin prestar atención a quienes advertían sobre los posibles daños que ocasionarían los gases tóxicos y los ríos de lava. Sin embargo, y a pesar de todo, se abría un cráter. Y había allí una promesa. Otra.
“Volver la mirada a las experiencias de comunicación alternativa que marcaron una época en América Latina, hurgar en sus pliegues ricos en aprendizajes, podría ayudarnos a navegar con éxito en las promisorias, pero también oscuras y turbulentas aguas de la digitalización”, escribí en mi blog hace ya casi un cuarto de siglo. Me pregunté entonces si esta erupción era capaz de modificar el horizonte, de hacer más democrática la comunicación. [Continúa leyendo…]
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