Las galaxias giran alrededor de su centro y se desplazan por el espacio-tiempo. Los humanos circulan sin cesar por territorios y corrientes oceánicas a través del planeta. En un cuerpo las neuronas crean sinapsis, el aire va y viene, la sangre fluye y el corazón late rítmicamente. Los virus, bacterias, insectos y animales deambulan por el ambiente. La luz viaja a 299.792,458 metros por segundo. Las palabras, como los átomos, jamás se detienen. La danza cósmica del dios Shiva (Nataraja), crea y destruye el universo. El movimiento continuo de todo lo que existe es una condición de la vida.
La obra de Elias Crespin pertenece a esa indetenible movilidad de la existencia. Es cónsona con la actividad de los astros en el macrocosmos y la indeterminación de las partículas subatómicas. Con la velocidad de los grandes datos y la lentitud de nuestro pensamiento. Está hecha de energía física, algoritmos y oscilaciones del alma. Existe en lo visible e invisible a la vez. Sus estructuras y sistemas integran tiempos y geometrías. Las piezas generan espacios posibles e instantes fugaces. Con cada variación coreográfica abren nuevas situaciones. También, diversos estados sensibles y espirituales.
Lo cinético en el trabajo de este maestro venezolano no es un efecto, tampoco una cualidad expresiva. En realidad, debe apreciarse como la manifestación de una certeza: todo lo que es, está vivo y en movimiento. Para decirlo con Heráclito, cada pieza responde a una “inteligencia que guía todas las cosas a través de todas”. En su conjunto, reiteran lo que el astrofísico David Bohm afirmó sobre la realidad: “Lo que existe es el proceso mismo de llegar a ser”. De ahí que “Todo interpenetra en todo”.
En Plano flexionante Mousikê, Circular Inception o Triángulos seriados, entre otras, hay una labor hecha sobre la espesa materia de la existencia. Es decir, una actividad que produce metáforas de la vida, signos alusivos a nuestra propia condición humana, huellas del pasado y el futuro, ciclos de cambios constantes y estados de recogimiento. En ellas, tomando las palabras de Fernando Pessoa, “Toda la energía es la misma y toda la naturaleza es lo mismo”. Cuando ingresamos a su espacio percibimos un cambio de velocidad. Eso nos hace sentir su influjo dentro de nosotros, como si fuese una respiración larga y serena en la meditación. Hay algo místico y vital en ellas, pues al verlas pasar de un estado a otro adquirimos una mayor conciencia de estar ahí, plenamente presentes.
Cuando esas formas geométricas cambian de disposición ocurren situaciones estéticas, técnicas y vitales. Sus ciclos fluyen, al igual que la repetición de las palabras sagradas en un mantra. En esos movimientos podemos ver a los planetas en órbita alrededor del Sol, las danzas de los derviches voladores o escuchar el canto insistente de los pájaros. Su movimiento describe un tiempo en espiral, un eterno retorno: al volver al inicio ya están en otro lado, en un punto distinto, en otra situación. Como el río de Heráclito donde no logramos bañarnos dos veces porque “Todo se mueve y nada permanece”. [Continúa leyendo…].
COM2025212_131-133




