Foto: Susasa Benjumea
Por Félix Seijas
SUMARIO
El autor nos ofrece un panorama del estado de la opinión pública en la Venezuela del presente. Para ello se remonta a los inicios de la democracia en el país y desde allí va repasando cómo el sistema democrático, que arrancó siendo un anhelo y una realidad, se ha venido deteriorando hasta el presente. Nos arroja cifras y datos cualitativos para explicarnos la situación actual que es de decepción y frustración.
Aquel tránsito de la esperanza a la desilusión, para luego de un tiempo recibir otra inyección de ánimo que terminará en una nueva decepción, se ha convertido en el ciclo del que el venezolano parece no poder escapar; en especial en las últimas dos décadas.
Generaciones anteriores protagonizaron la caída de Marcos Pérez Jiménez y los alzamientos militares de izquierda y movimientos de guerrilla que siguieron los años posteriores. En ese momento la tarea de quienes ostentaban el poder giraba en torno a defender la democracia recién conquistada. La población acompañaba a los gobernantes en esta tarea. Los ciudadanos sabían a quiénes apoyaban, se sentían cercanos a ellos, y también estaban al tanto de quiénes representaban la amenaza. La democracia era un anhelo y la gente se identificó con una élite política que supo construir sus bases y conectar con las distintas capas de la sociedad.
Autores como Samuel Huntington (1986; 1991) han señalado la importancia que para la consolidación de un sistema democrático tienen los procesos transformadores y modernizadores de la realidad social, económica y cultural de un país. Quienes tomaron las riendas de la nación en 1958 lograron en un principio tal objetivo. Las bondades de un proceso novedoso se hicieron sentir, y quienes desde la opresión anhelaban democracia no se sintieron defraudados. Había entonces la identificación con una causa común compartida por la mayoría, así como la percepción de que se avanzaba hacia ella y que en el camino se recogían frutos, que eran progreso, libertad, autodeterminación.
Algunos indicadores que dan cuenta de la identificación de los ciudadanos con el sistema democrático en aquellos años los encontramos en las cifras de participación en lo electoral, así como en la simpatía y militancia partidista. Entre 1958 y 1973, el registro de votantes se mantuvo en niveles importantes, superando el 80 % de la población mayor de edad (Figura 1). La abstención arroja cifras aún más contundentes: en las elecciones presidenciales de 1968 y 1973 solo se inhibieron el 3,3 % y 3,5 % de los habilitados para sufragar, respectivamente.
A partir de las elecciones de 1978 la abstención muestra un primer signo de alerta; ese año la cifra se cuadruplicó para ubicarse en 12,5 %. Quizás en ese momento la luna de miel había terminado y el reto por consolidar el sistema demandaba mayor compromiso. En 1988 la abstención registró otro aumento para ubicarse en 18,1 %, y el porcentaje de personas mayores de edad inscritas para votar empezó a mostrar una leve disminución: el matrimonio se encontraba a las puertas de la crisis. Un sector de la población comenzaba a sentir que el sistema le daba la espalda. Pronto llegaría la primera gran señal de alerta.
A quienes nacimos y crecimos en democracia nos pareció irreal la explosión social que el 27 de febrero de 1989 reventó en Guarenas, y que con rapidez se extendió por toda Caracas y otras ciudades del país. Las zonas populares estallaron contra un sistema que ya no sentían empático. La barrera entre “ellos” con poder y privilegios, y “nosotros” los marginados, había crecido. Aunque varias voces en su momento alertaron la situación, esta fue ignorada por quienes debían atenderla.
La conexión entre sociedad y estructuras políticas entró en crisis. El trabajo en años anteriores empezó también a mostrar una falla importante en un componente fundamental: la cultura democrática. La frustración que se acumulaba en la sociedad volcó a un sector del país en contra no solo de la clase política, sino también de las instituciones. Para ellos, elementos como la separación de poderes pasaron a ocupar un segundo plano ante la necesidad que sentían de cambiar su situación. Las estructuras políticas identificadas con el sistema en rigor dejaron de ser una opción, y estas organizaciones no hicieron una buena lectura de la amenaza que tenían enfrente. Los ajustes necesarios jamás se llevaron a cabo.
La elección de 1983 se puede considerar como la última en la que la población eligió a un presidente con base en una plataforma política tradicional. Carlos Andrés Pérez ganó los comicios del 88 gracias a su imagen y carisma personal –además de la expectativa de la población de que el líder pudiera reeditar la bonanza que se vivió en su primer mandato–, y Rafael Caldera lo hizo en el 93 después de propinar una herida mortal al partido que él mismo había fundado. Ya a principios de los noventa las cifras de simpatía y militancia partidista comenzaron a mostrar evidencias de que un proceso de reconfiguración estaba en marcha. La señal de mayor relevancia fue la caída estrepitosa de Acción Democrática, que pasó de casi 50 % a 16 % (Figura 2). También el porcentaje de población mayor de edad registrada para votar continuó su descenso, y la abstención en la elección presidencial de 1993 aumentó de manera dramática para ubicarse en 39,8 % (Figura 1).
FIGURA 1.
Fuente: resultado electoral: Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE)
FIGURA 2.
Fuente: cifras hasta diciembre 1998: Instituto Venezolano de Análisis de Datos
A diferencia de los años sesenta y setenta, período en el que la sociedad acompañaba a las estructuras políticas dominantes en la defensa del sistema democrático ante amenazas bien definidas, en los noventa las personas se rebelaron contra esas mismas instituciones que llevaban las riendas del sistema. En el proceso empezaron a buscar opciones que encajaran con la línea anti statu quo que tomaba fuerza entre la población, y que por lo tanto pudiesen producir cambios radicales. Paradójicamente, en ese saco de opciones no se hacía distinción entre estilos moderados y radicales, o institucionales y autoritarios, y no había plena consciencia de lo que estos últimos podían hacer al sistema mismo.
Eso sí, todo sin violencia. Por este motivo Hugo Chávez no representó la primera opción cuando la carrera presidencial de 1998 comenzó a mediados de 1997. En ese momento era Irene Sáez quien se perfilaba como la posible presidenta. Sin embargo cuando la candidata decide aceptar el apoyo del partido Copei, la imagen que le permitía mantenerse como representante del sector que se estaba rebelando contra el statu quo sufrió un golpe del que no pudo recuperarse. De inmediato los números empezaron a caer en favor de la otra opción con sello antipolítica que estaba en escena: Hugo Chávez Frías (Figura 3).
FIGURA 3. EVOLUCIÓN DE LA INTENCIÓN DE VOTO/ELECCIÓN PRESIDENCIAL 1998 ENERO 1997 A DICIEMBRE 1998 Y RESULTADO ELECTORAL
Fuente: cifras hasta diciembre 1998: Instituto Venezolano de Análisis de Datos
Fuente: resultado electoral: Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE)
Para entonces la reconfiguración que venía produciéndose durante casi veinte años había llegado, en términos gruesos, a la forma general que ha prevalecido hasta el presente. Se trata de un país donde un 40 % permanece fiel al valor de lo institucional, ve la importancia de defender un sistema de libertades, y entiende de qué trata el mismo. De ellos, poco más de la mitad –alrededor del 25 % de la población– se identifica de alguna manera con partidos políticos de oposición, mientras que el resto no se identifica con partido alguno. Otro 40 % de los venezolanos está dispuesto a poner de lado aspectos que no considera vitales para la estabilidad de un sistema democrático, como la libertad de medios incómodos o la estricta separación de poderes. De este porcentaje, poco más de la mitad –también, alrededor del 25 % de la población– está convencido de que lo que entiende como socialismo es lo que debe ser defendido, y es proclive a apoyar figuras fuertes con mano dura para lograrlo. Ese 25 % es el que ha permanecido estable como simpatizante del partido de gobierno: el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Por último, tenemos un 20 % utilitario que presta poca atención a las formas, no toma posición con respecto a sistemas políticos, y no está dispuesto a poner su fidelidad en ninguna marca. Este grupo anda en la búsqueda de quien pueda traer bienestar, sin importar la manera como lo haga.
El PSUV mantuvo por años el soporte explícito del 40 % menos democrático. A ello podemos sumar el apoyo en el plano electoral del 20 % utilitario. Cuando Hugo Chávez fallece en 2013, los apoyos de estos grupos empezaron a reconfigurarse de manera progresiva. Parte de los utilitarios sintieron que sin Chávez al mando el PSUV no podría responder a sus expectativas. Como consecuencia, la elección presidencial de 2013 resultó un duelo cerrado entre Nicolás Maduro y Henrique Capriles Radonski.
En 2014 se empiezan a sentir los síntomas de la crisis económica y tanto el apoyo electoral como el apoyo explícito al PSUV como partido caen de manera continua hasta estabilizarse alrededor del veinticinco por ciento. La oposición, por su parte, vio crecer el soporte electoral alimentado principalmente por personas del grupo utilitario, y algunos de los que se habían desprendido del chavismo. Así, la oposición obtuvo por primera vez, desde 2002, la capacidad de vencer al chavismo a nivel nacional en el terreno electoral.
FIGURA 4. SENTIMIENTO EN CASO DE OCURRIR UN CAMBIO DE GOBIERNO PERSONAS AUTODEFINIDAS COMO CHAVISTAS OCTUBRE 2020
(Las cifras representan porcentajes de personas). Fuente: Delphos, C.A.
FIGURA 5. ESTRUCTURA DEL APOYO ELECTORAL POTENCIAL
POR ORIENTACIÓN POLÍTICA Y TIPO DE APOYO FEBRERO 2021
(Las cifras representan porcentajes de personas). Fuente: Delphos, C.A.
Esta reconfiguración puso en aprietos al PSUV que, luego de sufrir la derrota electoral en las parlamentarias de 2015, reaccionó aplazando elecciones –como las regionales de 2016– y desplegando su estrategia para ahuyentar de las urnas comiciales al votante que no le favoreciera. Sin embargo, es importante resaltar que aún hoy el PSUV conserva bajo sus alas un nivel significativo de apoyo popular. Hablamos de la cuarta parte de la población, que además siente pánico de que las estructuras a las que apoyan sean desplazadas del poder. Ante la pregunta de qué sensación le produce pensar que el chavismo pueda salir del poder y que este lo asuma la coalición opositora, el 19 % de los afectos al gobierno respondió que sentiría dolor, el 29,6 % angustia, y el 18,8 % miedo (Figura 4). Esta es una realidad que no se puede ignorar.
Por su parte, las organizaciones opositoras han enfrentado un reto diferente: el de mantener el apoyo y la capacidad de movilización de aquella mayoría que adversa al Gobierno. La tarea del liderazgo opositor no es sencilla. Como señalamos anteriormente, el apoyo potencial a las fuerzas opositoras en el terreno electoral se incrementó de manera significativa a partir de 2014. En la actualidad, la magnitud de ese apoyo potencial lo podemos ubicar en una cifra cercana al 70 % (Figura 5). A esta mayoría la une el deseo por un cambio de gobierno.
Sin embargo, hasta el presente el porcentaje de identificación con las estructuras políticas opositoras se ha mantenido inmóvil. Es decir, la cifra de los que están dispuestos a responder a los lineamientos de los partidos opositores aún ronda el 25 %. No obstante, estos seguidores ¬–que llamaremos “duros”– se reparten entre al menos ocho organizaciones, sin que alguna de ellas destaque de manera significativa. El resto, alrededor del 45 % de la población que también desea el cambio político, se divide grosso modo en un 15 % que tiende a apoyar a las estructuras políticas opositoras pero con un nivel de reservas mayor –a estos los llamaremos “blandos”–, y un 30 % –que llamaremos “circunstanciales”– que no simpatiza en lo absoluto con el liderazgo opositor, pero que puede acompañarle en acciones que se perciban como útiles para lograr el cambio deseado.
A diferencia de los años sesenta y setenta, la gente hoy en día siente que libra una batalla conducida por organizaciones con las que no siente
conexión emocional. Esto obliga a los actores políticos de oposición a
apartar de la vista pública sus banderas particulares y proponer líneas de acción claras y unitarias que sean percibidas como relevantes para acercar al país al inicio de un proceso de transición. Conectar a nivel emocional es clave, y para ello conviene conocer las características de estos grupos de apoyo potencial electoral que hemos descrito. Para esto echaremos mano, en buena medida, de resultados de estudios cualitativos conducidos por la firma de investigación Delphos.
Primero pongamos en contexto el ambiente en el cual el ánimo de las personas se estructura en estos momentos. El país ha vivido a lo largo de la última década episodios de protesta pública, movilizaciones electorales y procesos de negociación de distintos tipos. En general, cada uno de estos eventos terminaron enviando señales de derrota a las fuerzas opositoras. Además, estas gestas han dejado un costo elevado para muchos a cambio de ningún avance –sino retrocesos– en el camino hacia el cambio político. Incluso victorias como la de la elección parlamentaria de 2015 fueron convertidas en derrotas por una combinación de acciones del Gobierno y errores estratégicos del liderazgo opositor. Esto ha acelerado el escepticismo en la población y ha hecho que el ánimo o la disposición para emprender nuevas gestas sea cada vez más frágil. Pasemos entonces a describir a cada grupo dentro del espectro del apoyo potencial opositor.
Con respecto al grupo de opositores “duros”, ellos valoran las instituciones, reconocen su importancia y, en general, saben qué papel juegan ellas en la consolidación de un sistema de libertades. A ellos les gusta que todo lo que se proponga descanse sobre un piso de legalidades. Moverse fuera de ahí les parece peligroso y no se sienten cómodos en otros terrenos. Por lo tanto, si bien los “duros” están dispuestos a seguir lineamientos del liderazgo, necesitan que el mismo goce de algún tipo de legitimidad. Es decir, el líder debe erigirse como tal a partir de algún mecanismo que lo haga merecedor de ese pedestal. En general, estas personas apuestan por acciones y salidas pacíficas y, aunque la mayoría simpatiza con partidos políticos, el valor de la unidad está por encima de las propuestas individuales.
Las características del grupo de opositores “blandos” es similar a la de los “duros”. La principal diferencia entre los dos conjuntos tiene que ver con el tema de seguir lineamientos. Este grupo, los blandos, es más difícil de movilizar. Ellos necesitan señales claras de que las acciones que se convocan responden a una línea estratégica que puede brindar resultados. Necesitan al frente mayores garantías de retorno que las que pueden exigir los “duros”, para entonces decidir si se justifica pagar el precio por la participación.
Finalmente, está el grupo “circunstancial”. Quienes pertenecen a esta clasificación apoyaron al chavismo en el pasado. Ellos no miran con buenos ojos a la oposición, pero la mayoría la puede acompañar en algunas gestas con una visión utilitaria. Es decir, el apoyo de estas personas descansa solo en el propósito de lograr el fin que consideran prioritario: un cambio político que abra la posibilidad de producir mejoras en la calidad de vida. Este último punto es clave para entenderlos. Ellos desconfían de que las fuerzas opositoras puedan diferenciarse de quienes hoy gobiernan. Sienten que el liderazgo opositor actual puede terminar como una versión de lo que ya existe en el Gobierno, sin más diferencias que algunos aspectos de forma. Este grupo no valora el tema institucional con la misma intensidad que lo hacen los “duros” y los “blandos”. Algunos sienten que sí es preferible que existan instituciones sanas, pero que este es un aspecto que puede dejarse de lado si de poner orden se trata. Otros pueden valorar con un poco más de fuerza lo institucional, pero no ven al liderazgo opositor como la opción que termine respetando o fortaleciendo este ámbito. Al igual que la mayoría del país, los “circunstanciales” prefieren salidas pacíficas. Sin embargo, una parte de ellos no está cerrada a acciones violentas o de choque, las cuales asumen como opciones expeditas que pueden lograr el cometido del cambio sin efectos colaterales de importancia.
Un punto común en todos los grupos es que el ánimo o las esperanzas de cambio son bajas en la actualidad. En general, la experiencia de episodios que en su momento lograron sembrar expectativas, pero que luego terminaron en derrotas, ha disminuido la posibilidad de que se crea en nuevas gestas. Sin embargo, una parte de la población, en particular del grupo “duro” y “blando”, elige no renunciar a la esperanza. El resto busca la manera de adaptarse y sobrevivir, o de renunciar e irse del país. Sin embargo, esto no debe confundirse con una situación en la que nadie está dispuesto a luchar. La mayoría de estos grupos se encuentra, como lo estuvo en 2018, en una especie de estado latente a la espera de la chispa que los active. Tal chispa tiene que exhibir la posibilidad real de hacer avanzar el barco hacia el objetivo, y a su vez transmitir que el costo asociado a participar –bien sea en movilizaciones de distintos tipos o en eventos electorales– está justificado. Para estas personas el valor de acciones unitarias en lo político es primordial, lo que constituye otro punto común entre todos los grupos. Para ellos el paragua unitario está revestido de atributos valiosos como desprendimiento, empatía y seriedad. Donde se siente desunión ven desorden, ineficiencia, egoísmo, agendas ocultas; en fin, ven a políticos trabajando para sus propios intereses.
FIGURA 6.
(Las cifras representan porcentajes de personas). Fuente: Delphos, C.A.
FIGURA 7. SENTIMIENTO PREDOMINANTE ANTE LA SITUACIÓN DEL PAÍS PERSONAS AUTODEFINIDAS COMO OPOSITORES DICIEMBRE 2020
(Las cifras representan porcentajes de personas). Fuente: Delphos, C.A.
FIGURA 8. NIVEL DE POSIBILIDAD ASIGNADO A QUE EN 2021 SE PRODUZCA UN CAMBIO POLÍTICO POBLACIÓN AUTODEFINIDA COMO OPOSITORES DICIEMBRE 2020
(Las cifras representan porcentajes de personas).
Fuente: Delphos, C.A.
Para la mayoría de las personas resulta entonces importante sentir que existe unión en las fuerzas opositoras. Este es un elemento que contribuye a aumentar la credibilidad y el apoyo de la población hacía las estructuras políticas. Esto constituye un aspecto que debe ser atendido de manera especial por el liderazgo. En la actualidad, solo el 35 % de los opositores “blandos” siente que la unidad de las organizaciones opositoras es fuerte, cifra que baja a 23 % entre los “circunstanciales” (Figura 6).
No sorprende entonces que cuando se pregunta a los opositores cuál es el sentimiento que predomina en este momento, el cuadro que resulte sea negativo (Figura 7). El 31 % se siente molesto, que es un sentimiento que puede movilizar. Las personas molestas están inclinadas a actuar si ven la oportunidad de hacerlo. Ahora bien, en contraste, el 49 % dice sentirse o desilusionado, o triste, o deprimido, y estos son sentimientos que tienden a desactivar. Esto no quiere decir que no exista la posibilidad de que estas personas actúen y apoyen convocatorias tales como protestas o eventos electorales. Lo que indican estas cifras es que lograr activar a este grupo representa un reto de mayor envergadura. Algunos elementos de relevancia para tal cometido están plasmados en lo que hemos venido comentando.
Cuando se piensa en las posibilidades de que el liderazgo opositor consiga reconectar con la gente hay que señalar que estos políticos tienen a su favor ¬–según muestran los estudios cualitativos de Delphos– el hecho de que, aun cuando la población en general es cada vez más escéptica, en realidad la invade el deseo de creer. El punto está en que, para reconectar, estas personas necesitan ver algo con lo que se sientan identificadas a nivel emocional, y que además se muestre coherente, útil y sólido en el plano racional. Si esto se logra, tanto la desilusión como la tristeza y la depresión pueden transformarse de nuevo en esperanza, y las ganas de acompañar acciones regresarán a la arena opositora. Esto lo vimos en enero de 2019, solo que ahora la gente se muestra más exigente y cualquier cosa que se ponga sobre la mesa será evaluada con mayor rigurosidad.
Tampoco sorprende que las expectativas de cambio sean bajas entre la población opositora. La sensación de desamparo aumenta entre la gente que tiene la urgencia de resolver sus problemas y siente que las posibilidades reales de que ocurra algo que altere la inercia en la que está atrapada, disminuyen cada día. Los opositores que consideran que la posibilidad de que se produzca el cambio político en 2021 es alta se ubica en solo el 12,5 %, mientras que un 19,3 % la considera media alta (Figura 8). En contraste, la tercera parte de los opositores (33,5 %) siente que esa posibilidad es media baja, y el 34,4 % la asume como baja.
Otra dimensión relevante para describir el ánimo de la gente, así como la actitud ante la crisis y la disposición a activarse ante la crisis y la disposición a activarse ante propuestas de movilización, es la batería de problemas y preocupaciones que los distintos estratos de la sociedad enfrentan. Venezuela es un país en el que los niveles de pobreza se parecen cada vez más a los de países africanos. Según la Encuesta de Condiciones de Vida de la Universidad Católica Andrés Bello de 2019, el 79 % de los hogares del país no percibe ingresos que le permitan adquirir la canasta básica alimentaria, mientras que el 30 % de los niños en Venezuela se encuentra en situación de desnutrición crónica o talla baja, con otro 28 % que está en la franja de riesgo de caer en la misma situación. Por otra parte, según datos de la firma de investigación Delphos, el 68 % de los hogares recibe agua potable menos de tres días a la semana, el 50 % tiene problemas para conseguir gas para cocinar, el 20 % no logra comer tres veces al día, y solo el 15 % sobrevive sin depender de remesas o misiones del gobierno. Estas realidades, unidas a la sensación de derrota constante en el terreno político de quienes procuran el cambio, y agregando la alta dependencia de los hogares a los mecanismos de transferencias sostenidos por el gobierno, llevan a las personas a concentrarse en estrategias orientadas a la supervivencia y a confiar menos en nuevas aventuras.
¿Y qué sucede con respecto al tema electoral? Como hemos mencionado en distintos puntos del texto, el ánimo y la postura que asume la gente en lo electoral está ligado a los aspectos que inhiben o activan la disposición a participar en acciones convocadas. Contrario a lo que puede transmitir la interacción en redes sociales, la mayoría opositora se inclina por participar en eventos electorales. Evidencias recientes de esto las encontramos en cifras relacionadas con las elecciones parlamentarias del pasado 6 de diciembre. En junio de 2020 la coalición opositora alrededor de Juan Guaidó no había comunicado aún si tomaría parte o no en dichos comicios. En ese momento, el 60 % de los opositores opinaba que la decisión debía ser participar. Mes y medio después la decisión de no acudir a las parlamentarias fue hecha pública. La reacción del 60 % de los opositores fue cuestionar la decisión. Estas cifras no significan que la mayoría de estas personas pensara que las condiciones electorales eran adecuadas. Por el contrario, para la fecha, el 60 % de los opositores reconocía que el sistema electoral venezolano no brindaba las condiciones correctas.
Para cerrar, queremos dejar algunos comentarios sobre el tema del COVID-19. El comportamiento que muestran los ciudadanos ante la pandemia se encuentra también ligado a la situación de precariedad de las condiciones de vida que afecta al país. La urgencia en atender las crisis individuales que en materia de necesidades primarias presentan los hogares, los lleva a no cumplir de manera adecuada con las medidas de prevención correspondientes. Según cifras de Delphos, aproximadamente el 55 % de los trabajadores del país desarrolla sus actividades laborales en el mercado informal. Además, cerca del 25 % de las personas que trabajan comparte su tiempo entre un empleo formal y uno informal, siendo este último la manera en la que intenta complementar el dinero necesario para vivir. Es decir, el estricto cumplimiento de medidas como el confinamiento por la pandemia, significaría que el 80 % de los trabajadores en Venezuela dejaría de generar ingresos al detener la actividad en el sector informal. En una realidad como la que hemos descrito, esto constituye un lujo que la gran mayoría no puede permitirse.
Por lo tanto, en las calles se puede constatar el volumen de personas que circula en las zonas céntricas de las principales ciudades del país, así como en los sectores populares. Por supuesto, esto tiene consecuencias. Si bien las cifras oficiales de contagio desde que inició la situación de pandemia en Venezuela rondan los 137 mil casos, un estudio realizado en diciembre 2020 por Delphos en las principales ciudades del país muestra que el 10 % de los adultos reportó tener o haber tenido COVID-19. Esta cifra significa más de 700 mil contagios solo en las ciudades principales.
De forma paradójica, el temor a la pandemia ha disminuido de manera considerable en el país. En agosto de 2020 el 83,1 % de las personas sentía que los contagios por COVID-19 estaban en aumento, mientras que el 6,1 % decía que el número de contagios disminuía (Figura 9). Estas cifras cambiaron con el paso del tiempo. En diciembre de 2020 el porcentaje de personas que opinaba que el número de casos positivos para COVID-19 estaba en aumento cayó a 46,2 %, mientras que los que creían que la cifra disminuía ascendió a 36,1 %. El 17,7 % opinaba que el número de contagios se mantenía estable. Estos números son un buen ejemplo del impacto que en el imaginario colectivo produce el control sobre la información oficial.
FIGURA 9. PERCEPCIÓN SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTAGIOS POR COVID-19 (LAS CIFRAS REPRESENTAN PORCENTAJES DE PERSONAS)
Fuente: Delphos, C.A.
Félix Seijas
Es estadístico, Ph.D en análisis de datos complejos en Southampton University, Reino Unido. Es profesor de la Universidad Central de Venezuela, en la Escuela de Estadística y Ciencias Actuariales. Fue director del Proyecto Fortalecimiento del Sistema Estadístico Nacional de Venezuela y del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Es fundador y director de la firma de estudios de investigación estadística Delphos.