AUTOR: José Luis Da Silva
La risa debe ser algo así como una especie de gesto social
Henry Bergson
Al analizar la caricatura política vemos que su capacidad de promover la reflexión en los espacios públicos, así como su incitación a confrontar la realidad y estimular el conocimiento, la convierten en un arma política contra todo poder que intente controlar las instituciones y someter a la sociedad
La caricatura como forma de expresión gráfica a través de la historia
El dibujo representa una de las formas de expresión gráfica más potentes y útiles de las que se ha valido el ser humano para comunicar sus sentimientos y apreciaciones sobre el mundo que le rodea. La caricatura en particular es un tipo de dibujo humorístico que busca poner de relieve el lado burlesco de una situación. Cualquier excusa puede ser válida a la hora de retratar una situación a través de una caricatura. Además, este tipo de dibujos supera las barreras culturales e idiomáticas, logrando una mayor comunicación entre los pueblos. Su capacidad simbólica facilita su comprensión y retentiva.
Existen varios tipos de caricatura. Estas pueden clasificarse por su contenido, su forma o su estilo. Me interesa dirigir la mirada a aquellas caricaturas que privilegian el contenido político sobre el periodístico, que mantienen un equilibrio de formas entre la imagen y el texto, donde el estilo sarcástico, afín con el hecho político, cuenta con no menos recursos que el burlesco o el artístico, alcanzando, por momentos, mayor difusión que estos.
Indiqué al principio que el dibujo es potente como forma de expresión porque ha sido parte de los registros históricos de la humanidad. La caricatura política se incluye dentro de esta afirmación en tanto constataremos su presencia a lo largo de la historia. Inclusive, bien entendida por los que detentan el poder del gobierno, permite la sana convivencia política y un mayor acercamiento entre el pueblo y sus gobernantes (Baker: 2012).
El cambio de culto y veneración por una nueva deidad impulsado por el emperador egipcio Amenofis IV, alrededor del siglo XIII a. C., generó malestar en la casta de los sacerdotes como también en el pueblo de Tebas. Dicha inconformidad quedó registrada en las murallas de Tebas a través de caricaturas satíricas las cuales hacían alusión al poder ilimitado del emperador al imponer sus criterios religiosos por encima de las históricas tradiciones de su pueblo.
El dios Amón, patrono de Tebas y rey de los dioses egipcios, emblema incuestionable de los sacerdotes y del propio pueblo, fue sustituido por el dios Atón, por imposición del emperador, representado por la figura del sol y único dios verdadero. De esta manera, el emperador buscaba disminuir el poder de los sacerdotes sobre los asuntos políticos, al tiempo que se valió de su autoridad imperial para planificar y construir una nueva capital político-religiosa: llamada Ajetatón, en sustitución de la ciudad de Tebas. Este es un claro ejemplo donde la caricatura con marcado tono punzante pone al descubierto los intereses políticos sobre los valores tradicionales de un pueblo y el uso discriminatorio o abusivo del poder. Queda claro la fuerza de la caricatura como registro histórico mostrando una situación de incomodidad por las decisiones que se toman desde las esferas del poder político.
Otra caricatura emblemática fue el grafito de Alexámenos o Palatino, ubicado en uno de los muros del monte Palatino, en Roma. Aquí podemos observar lo que sería una representación de la crucifixión de Jesús, muy particular, porque se muestra a Jesús en la cruz, pero con cabeza de asno y con un texto que busca ridiculizar las prácticas de la naciente religión cristiana (Asociación Cultural Revista Rambla: 2015). Cabe señalar que esto sucede a finales del siglo I d. C. Con el tiempo esta caricatura se convirtió en una herejía, dado el poder y alcance de la religión cristiana a través de los tiempos. Sin embargo, ella tiene una importancia histórica porque ilustra gráficamente el modo en que los primeros cristianos eran catalogados y para nuestro trabajo, en particular, tiene la condición de choque frente a la realidad capaz de estimular la reflexión, del mismo modo la libertad de expresar de manera sarcástica un comportamiento determinado.
Mientras que, en el Medioevo, las gárgolas son esculturas que pueden incluirse en el conjunto de las caricaturas no gráficas por representar de manera irónica a personajes de la época. Tenemos que algunos artistas del Renacimiento hicieron uso de los recursos propios de la caricatura artística, destacando en este terreno las alegorías burlescas de el Bosco en su obra “El jardín de las delicias”, en especial, la forma sarcástica de mostrar la vida de los moradores del infierno.
A finales del siglo XVIII se observa un auge en la caricatura, particularmente aquellas de contenido político (Ames, W. 2017). Francia, Inglaterra y Alemania encuentran un espacio fructífero para esta, al punto que el poder que ejerce en la opinión de la sociedad supera en más de una oportunidad al poder de las armas. Esto servirá de plataforma útil en la formación de la opinión pública, en especial en los ámbitos políticos y publicitarios, aún vigentes en nuestros días.
Desde los comienzos revolucionarios, los caricaturistas franceses de uno y otro bando desplegaron su particular arsenal de imágenes para batirse en una singular guerra iconográfica; lápices y buriles sustituyeron o complementaron a los sables. Con los grabados, la pugna política llegó hasta la población analfabeta, la propaganda política tuvo en los caricaturistas a sus mejores artífices. Los republicanos fustigaban con sus caricaturas al clero y la nobleza desde periódicos como Les Révolutions de France et de Brabant del escritor revolucionario Camille Desmoulins. Por su parte, los monárquicos defendían sus privilegios en la hoja satírica Les Actes des Apôstres. Otros caricaturistas franceses fueron: Daumier, Philipon, Monnier, Doré, Gavarni, Nadar…, muchos de ellos colaboraron en revistas satíricas como La Caricature (1830), Le Charivari (1832) y Le Journal pour rire (1848). Más tarde los dibujantes satíricos más influyentes fueron Touluse-Lautrec, Forain y Caran d’Ache. (Asociación Cultural Revista Rambla: 2015).
Un elemento importante para nuestro estudio es que a la par del auge de la caricatura de contenido político aparece cada vez con más fuerza su autoría. El caricaturista adquiere, por su modo de resaltar satíricamente la realidad de un hecho, de un discurso, o de un personaje, la capacidad de resaltar cualquier tipo de imposición ideológica sin importar su talante político, religioso, social, económico, cultural o científico. “La fuerza de los trazos aunado a los elementos simbólicos de raigambre, establecen con facilidad el sentido que desea plasmar el artista. Además del propósito implícito de promover la opinión pública” (Ayala: 2010: 48). La caricatura se asocia a un creador, que a través de su dibujo figurado expresa su opinión sobre la realidad, buscando con ello la reacción de sus congéneres.
La caricatura es una expresión con autor/a, está firmada, no como el chiste político popular y anónimo, además está en un periódico o publicación que tiene una ideología y cierta línea editorial, por lo que sus caricaturas van o suelen ir en el mismo sentido e intención. Si la editorial crea opinión, la caricatura es una suerte de editorial lúdica, simple, disparatada pero cargada. Se trata de un vehículo con injerencia social y política que marca tendencias de opinión, pero de forma menos clara y consciente quizás que un discurso de un político o la editorial de un periódico. (Fernández: 2015).
En este sentido, el caricaturista es capaz de influenciar en todos los estratos de la sociedad, porque no es necesario saber leer o ser muy cultos para interpretar una caricatura. Los analfabetos captan perfectamente su sentido, convirtiéndola en un arma de comunicación social y política muy efectiva. Esto hace que las caricaturas políticas sean fáciles de entender, acelerando su poder de divulgación. Estas virtudes: la simplicidad de la imagen y la exageración de un atributo destacable, será de gran utilidad en los sistemas donde se respeten los valores de libertad democrática y resulta constatable la capacidad de un gobierno al recibir críticas, con tono irónico y burlesco, sin tomar represalias porque lo hace consciente de los límites de su poder ante sus ciudadanos. En cambio, serán altamente peligrosos en aquellos en los que la democracia es simplemente un formalismo para ocultar prácticas dictatoriales en las que una caricatura puede acarrear todo tipo de inconvenientes tanto al medio que la difunde como a su responsable directo.
En el siglo XIX la caricatura logra un enorme impulso de divulgación gracias a la litografía, un importante invento hecho por el alemán Aloysius Senefelder en 1810, el cual sirvió para reproducir los diseños gráficos a gran escala sin perder su calidad. Un tema de denuncia recurrente en este tiempo fue la corrupción pública. Las caricaturas no podían quedar al margen de esta realidad. Quizás el caricaturista más influyente y crítico fue Thomas Nast (1840-1904) considerado el padre de la caricatura política en los Estados Unidos de Norteamérica y que fue inclemente al denunciar las prácticas inmorales en el manejo de los recursos del Estado.
…implacable vapuleador de la corrupción política. A él se debe también la imagen actual de Papá Noel. Sus compatriotas Keppler y Gillam fundaron la revista Puck, verdadera fustigadora de políticos y magnates de la época. Ya en el siglo XX, la revista The New Yorker o la revista satírica Mad recogieron la rica tradición caricaturística estadounidense. (Asociación Cultural Revista Rambla: 2015).
En el siglo XX se incorpora con fuerza la radio y la televisión y resulta toda una referencia ineludible el programa “Spitting Image”, divulgado por la cadena IVT el cual formaba parte de la parrilla de trasmisión de la televisión británica. Era un programa de muñecos y marionetas que aludían a importantes políticos mundiales y personajes influyentes donde el sarcasmo y la caricaturización de la imagen y el subido tono burlesco, particularmente político, estaba a la orden del día. “Especialmente despiadadas fueron sus caricaturizaciones de Margaret Thatcher cuando, para criticar su política de inmigración, por ejemplo, no dudaron en vestirla como un oficial de la GESTAPO pidiendo asesoramiento al mismísimo Hitler” (revista R@mbla: 2015). Esto es un ejemplo del nivel de crítica que el programa mantenía sobre personas tan influyentes como la Primera Ministra británica o el presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan. Cabe señalar que dejó de transmitirse en 1996, por motivos diferentes a la presión política. Esto es una señal del nivel de civilidad de parte del estamento político inglés capaz de convivir con el sarcasmo; es más, a través de la caricatura el político inglés deja de ser anónimo, “…a todos los políticos les gusta, es más, ansían que los caricaturicen…” (Baker: 2012).
Condiciones mínimas para que una caricatura política pueda ser producida y reproducida para el consumo social
El periodista Héctor Silva Michelena publica el 15 de mayo de 2012 en el portal de Analítica.com una pequeña pero sustanciosa reflexión a la pregunta ¿qué es una caricatura política? En su respuesta encontraremos los elementos que son básicos tanto en lo referente al trabajo del caricaturista como también las garantías para que dicho trabajo no sea impedido o cercenado por los grupos que detentan el poder. “Una caricatura política es una ilustración que está diseñada para transmitir un mensaje social o político” (Silva: 2012). Aquí queda expresada su condición de registro gráfico capaz de comunicar una idea o realidad con un contenido particular comprensible para la comunidad a la que va dirigida la caricatura. De alguna manera el caricaturista parte de una premisa básica: todas las personas a las que potencialmente le puede llegar el mensaje comparten referentes culturales mínimos y conocimiento básico de la realidad social y política, lo que facilita la comprensión del diseño. “… la caricatura, es sencilla porque las imágenes visuales son inmediatamente reconocibles para los lectores, …” (Ibíd., 2012). La imagen distorsionada o exagerada, cargando con fuerza en los aspectos que desea resaltar el caricaturista no es esotérica al lector. Amplificar la imagen valiéndose de recursos psicológicos, retóricos, simbólicos, entre otros, facilita la interpretación y muestra el problema de fondo en la situación planteada por la caricatura. Puede estar o no de acuerdo con el tono satírico del dibujo, pero difícilmente pueda decir que no es capaz de entender la ironía que acompaña la caricatura.
La ironía y la sátira son muy utilizadas en las caricaturas políticas, y ninguna figura pública o un concepto que es sagrado, escapan a su lupa. Presidentes en funciones, religiosos, reyes, dioses, e incluso el editor del mismo periódico donde se publicó la caricatura han sido caricaturizados. (Ibíd., 2012).
El uso de la ironía busca descolocar la situación o personaje. Sacarlo de su espacio tradicional sea este natural o impuesto, y en igual medida, busca hacer lo mismo con el lector obligándolo a tomar distancia, a no ver con indiferencia lo que manifiesta la caricatura. La mezcla de imagen exagerada e irónica promueve el ejercicio intelectual palpable en los espacios públicos.
En la gráfica satírica se combinan el texto y la imagen, asimilándose en una doble lectura. La combinación de la caricatura mordaz con la ironía verbal se conjuga en un ejercicio intelectual que fusiona hechos y valores; que nos obliga a construir jerarquías alternativas y a elegir entre ellas; y nos bombardea con juicios de valor, que subrayan los valores inherentes a la naturaleza humana. Mientras la caricatura exagera y deforma los rasgos físicos, su compañera, la ironía verbal, señala los vicios morales. (Ayala: 2010: 46).
La imposibilidad de pasar de largo ante lo aludido en la caricatura genera respuestas, alguna de las cuales pueden ir dirigidas al silenciamiento del medio que trasmite la caricatura, o del propio caricaturista. Procesos de intimidación que llevan a la autocensura, la renuncia o el despido. Como antes, hoy día la caricatura política puede informar, divertir, provocar una reflexión o criticar más directamente una situación de carácter político.
La caricatura puede ser un guiño amigable a un político, como una denuncia ácida contra un líder o un régimen. Puede ser una simple burla para sacar una sonrisa en la mañana, o como lo recuerda Amnistía Internacional, puede ser un arma potente. Potente tanto para los ciudadanos como para los políticos, conscientes del poder de la imagen. (Dubé: 2013).
Lo que deseo resaltar de esta cita del profesor de Ciencia Política en la Universidad Diego Portales, Sébastien Dubé, es la caracterización de la caricatura política como arma potente como bien lo apunta Amnistía Internacional. “…la caricatura debe exagerar para dimensionar mejor la realidad…” (Ayala: 2010). La caricatura revuelve las cosas, los gestos, las personas y las palabras desplazándolas de su sitio original o de tranquila comodidad. Esta representación gráfica hace imposible volver a ver las cosas, los gestos, las personas y las palabras como si nada hubiese sucedido. Esto resulta peligroso si hay sectores de la sociedad que prefieren dejar las cosas como están, en resguardo de sus intereses, por más que dichos acomodos puedan afectar otros sectores de esa sociedad.
De aquí se desprende la importancia de incluir dentro de la libertad de prensa y de expresión como también el derecho a estar bien informado, el trabajo que realizan los caricaturistas, porque en gran medida estos son capaces, con un dibujo inteligente, de poner al descubierto intereses potencialmente dañosos para el colectivo, a pesar de ser beneficiosos para un grupo en particular o al propio gobierno que busca mantenerse en el poder.
Lamentablemente, este ejercicio de expresión política a través de la representación gráfica corre el peligro de perder su propósito de concienciar a la población por la censura gubernamental. “En los países donde está protegida la libertad de prensa, esta protección se extiende a las caricaturas políticas, con dibujos animados que se están viendo como un modo viable de expresión personal.” (Silva: 2012). No obstante, la situación en Latinoamérica deja mucho que desear (Cañizález: 2015). El informe sobre la libertad de expresión y de prensa publicado en el 2017 por la Unión Europea muestra números desalentadores a nivel global, en los que se incluye países europeos (Sputnik: 2018). La caricatura política no escapa de esta realidad en la que las estructuras del poder económico, político o religioso cuentan con mecanismos para limitarla y en algunos casos exterminarla.
Dicho lo anterior, considero que las condiciones mínimas para fomento de la caricatura política son: a) libertad para ejercer una profesión y de estar informado, la cual por su talante social resulta un indicador útil para evaluar la propia eficacia del sistema democrático; b) capacidad crítica para comprender la realidad a través de ideas o imágenes que faciliten la toma de conciencia de los problemas y estimulen los procesos conducentes a consolidar y desarrollar los conocimientos. En este punto resulta pertinente el argumento de Bergson cuando asocia lo cómico a la inteligencia, apuntando al fomento de la capacidad de diálogo inherente a la condición humana y su disposición gregaria. “Lo cómico, para producir su efecto, exige algo así como una momentánea anestesia del corazón. Se dirige a la inteligencia pura.” (Bergson: 1973: 17). No se queda la caricatura en la simple sensibilidad, perdiéndose en el tiempo, más bien esta capacidad de estimular la risa apunta a la capacidad humana de comprender una realidad, y de formar opinión al respecto. En este sentido, si la risa encuentra su razón de ser en la inteligencia, es porque cabe pensar en la posibilidad de contar con un espacio que propicie la libertad y la búsqueda del conocimiento.
Libertad y pensamiento crítico
En el ensayo titulado Del origen y progreso de las ciencias y las artes (1985), David Hume enumera una serie de circunstancias que permiten el desarrollo de las ciencias y de las artes en el seno de una sociedad. Para nuestro estudio resulta interesante destacar solo algunas de ellas, como también reparar que no todas las condiciones son igual de importantes para la creación del conocimiento. Tenemos, por ejemplo, la idea de progreso asociada a las mejoras económicas, lo cual es constatable en el diario trajinar de los habitantes por las calles de una ciudad e inclusive a través del tráfico en los puertos y del movimiento en las vías de comunicación de un país para dar cuenta de sus actividades mercantiles. No obstante, este valor por sí solo no estimula ni la creación ni el incremento de los saberes. Se requiere otra cosa capaz de hacerlo sostenible en el tiempo. Hume se refiere a la conformación de un gobierno promotor de la libertad. “…resulta imposible para las artes y las ciencias ver la luz en un pueblo a menos que éste tenga la fortuna de vivir bajo un gobierno libre…” (Hume: 1985: 98). El poder arbitrario sin restricciones de tiempo, el de funcionarios que actúan sin miramientos para con los ciudadanos o de un poder sin límites, desalientan intencionalmente el desarrollo de las ciencias. En estas condiciones valerse de la caricatura, la narrativa o la imagen para promover mejoras sociales son consideradas simplemente una ilusión.
La base de un gobierno que auspicie la libertad requiere de leyes estables que todos los integrantes sin distinción social, política o cultural respeten y hagan respetar. En estos casos cabe pensar en el avance de las ciencias y de las artes. “… De la ley nace la seguridad; de la seguridad la curiosidad, y de la curiosidad, el saber…” (Hume: 1985: 101). No obstante, no es suficiente a juicio de Hume, el respeto a la ley para el fomento de la ciencia y las artes. Se requiere que esta condición sea extensiva a los Estados y no virtud exclusiva de unos pocos. La comunicación fluida entre distintos pueblos hace posible que los avances científicos y las creaciones artísticas puedan ser compartidos y valorados en su justa dimensión.
De igual forma, el gobierno debe impulsar en la sociedad, en general, programas de formación científica y de sensibilización hacia las artes, porque es en el concurso de muchos que cabe esperar buenos resultados, se requiere de la reflexión de un nutrido grupo de estudiosos como también de la posibilidad de multiplicar las experiencias que estimulen la curiosidad de saber y hacerlos circular por los espacios públicos dentro y fuera de las fronteras del país. Si bien Hume no habla de caricaturas, estas son posibles si los gobiernos promueven la libertad a través del respeto sin distinciones o privilegios ante la ley, como también el fomento de las ciencias y las artes. En estas condiciones la caricatura se presenta como un modo de comunicación efectiva donde la intención de su autor se refleja en la libertad de exponer sin restricciones su trabajo, sin preocuparse de si será aprobada por el público o el gobierno. No representan una carga interpretativa que amerite erudición porque sus referentes simbólicos vienen dados por los registros culturales que de manera cotidiana manejan las personas a las que va dirigida la pieza gráfica.
En la caricatura circulan los códigos que una sociedad ha configurado por una previa convención humana. De esta manera, se convierte en un producto cultural, pues maneja sistemas de significación propios del grupo social al que va dirigida –y que logran imprimir fuerza significativa a lo que el autor pretende comunicar–. (Yanes: 2015: 138).
Respecto a la capacidad crítica inherente a la caricatura política tenemos que: es transgresora, capta la atención, se vale de la sátira para impactar en la audiencia, es incomoda, pone al descubierto fallas y debilidades de una postura, crea estereotipos conceptuales, es un factor cultural en la formación de la opinión pública.
Su condición transgresora se refleja al romper con las convenciones y protocolos de trasmisión tradicional de la información sobre un tema político En este sentido, la caricatura política obliga a los distintos sectores a considerar otros modos de enfocar el asunto político. Atraer la atención del público es posible cuando el caricaturista recoge un sentimiento generalizado sobre la actualidad y lo traduce a través de un dibujo abrumadoramente sencillo. La sátira, la burla (Jesurrum: 2012) y la ironía, representan la sustancia natural de la caricatura (Fernández: 2015), su disposición a aumentar o minimizar una realidad de forma exagerada imposibilitan que la audiencia se mantenga indiferente, porque es habitual que tales niveles de burla están dirigidos a un sector o personaje poderoso. La caricatura refleja sin dificultad aquello a lo que alude. (Ayala: 2010: 48).
La caricatura es incómoda porque los que detentan el poder, objeto privilegiado de la caricatura política, rara vez se inclinan por razonar sus posturas y prefieren en cambio la docilidad y la sumisión de sus gobernados. No siempre veremos escenas como la registrada en los anales de la historia entre Alejandro Magno y Diógenes el Cínico, donde el hombre que detenta el poder se hace a un lado para no entorpecer el camino del humilde filósofo, quien le reclama que está estorbando porque no le deja ver el sol. Guardando las distancias sucede algo parecido en el comportamiento de los gobiernos ingleses frente al modo en que son tratados por los caricaturistas, existe la explícita disposición a aceptar la sátira (Baker: 2012).
El dibujo burlesco apunta por igual a la sencillez de un concepto sacado de la cotidianidad, romper con la estructura vertical del poder. De igual forma, a través de la compleja correlación de significados transitorios que promueven nuevas formas de asociación conceptual (Yanes: 2012) permite relacionar al público con la situación aludida en la caricatura. Esto es posible porque ella forma parte de la cultura, en ese sentido incentiva la discusión sobre temas de carácter público, porque el imaginario que invoca no es ajeno al humano entender. Aquí diría Bergson que esto es posible porque lo cómico es un tema inteligible para el común de las personas, no requiere de ningún esfuerzo de erudición.
Condiciones que, guardando la distancia, pueden ser análogas a las exigencias que Nietzsche prevé para explicar que significa conocer y que comparadas con lo que se espera de la caricatura ayudarían a entender la carga explosiva de esta en tanto arma política (Ayala: 2010).
¿Qué significa conocer? Non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere! [¡No reír, no llorar, no odiar, sino entender!] dice Spinoza con aquella sencillez y elevación que le caracterizaban. Este intelligere ¿qué es, en último termino, en cuanto forma por la cual los otros tres se nos hacen sensibles de un solo golpe? ¿El resultado de varios instintos que se contradicen, del deseo de burlarse, de quejarse o de maldecir? Antes que sea posible el conocimiento es preciso que cada uno de estos impulsos adelante su opinión incompleta sobre el objeto o el acontecimiento: entonces comienza la lucha de estos juicios incompletos, y el resultado es a veces un término medio, una pacificación, una aprobación de los tres lados, una especie de justicia y de contrato, pues por medio de la justicia y del contrato todos esos impulsos pueden conservarse en la existencia y guardar al mismo tiempo su razón. Nosotros que no encerramos en nuestra conciencia más que las huellas de las últimas escenas de reconciliación, los definitivos arreglos de cuentas de este largo proceso, nos figuramos, por consiguiente, que intelligere es alguna cosa conciliatoria, justa, buena; algo esencialmente opuesto a los instintos, mientras que en realidad no es más que una cierta relación de los instintos entre sí. Durante largo tiempo se ha considerado al pensamiento consciente como el pensamiento por excelencia; sólo ahora comenzamos a entrever la verdad, es decir, que la mayor parte de nuestra actividad intelectual se realiza de una manera inconsciente y sin que nos demos cuenta; pero yo creo que esos impulsos que luchan entre sí sabrán muy bien hacerse perceptibles y hacerse daño recíprocamente. (Nietzsche: 1990: 191).
En este texto, Nietzsche difiere de Spinoza con relación al modo de conocer. Para este se llega al conocimiento a través de la tranquilidad y sosiego propios del entendimiento, mientras que, para aquel, el entendimiento representa un paso más en el conflicto donde los instintos se contradicen al ofrecer opiniones imparciales sobre el objeto de conocimiento. Este desacuerdo es beneficioso para nuestro trabajo por cuanto deja entrever el modo de llegar al conocimiento. La caricatura parte de algo que rompe con la realidad, sin borrarla y obliga a revisarla.
Obtener un conocimiento, es decir, llegar a entenderlo, a juicio de Nietzsche, requiere tener presente tres instintos muy peculiares por el ímpetu con el que adelantan sus visiones sobre la realidad a conocer. El entendimiento es, si se quiere, el resultado parcial de un acuerdo que llega a ser sostenible pero inestable entre los instintos con relación al conocimiento. Se asume que el acuerdo disipa las diferencias y ello es falso, porque las diferencias están y no pueden borrarse. Este modo de conocer humano muestra que la inteligencia no es correctora de las desviaciones instintivas, sino frágil mediadora entre los instintos al solo ofrecer resultados parciales, que resultan inteligentes solo si dejan al descubierto las tensiones instintivas que soportan el conocimiento. El conocimiento no encuentra su punto final, la realidad requiere ser constantemente observada, revisitada, contrastada a través de la lucha de fuerzas que emergen desde el interior de lo humano. De igual forma, la caricatura invita a no contentarse con la situación sin más, la necesidad de descolocar las cosas y exagerar los personajes tiene el firme propósito de obligar a entender las cosas con humor o mediante el humor.
Cabe señalar que no se trata de exteriorizar dichos instintos, de ejecutarlos contra alguien en particular o la sociedad en general. No hay una excitación a la burla, al llanto o al odio hacia la sociedad. Su aparición obedece a condiciones de conciencia interna que pudiera facilitar la tarea de entender; es, si se quiere, la necesidad de romper con el hábito de asociar sin cuestionar. Es por ello por lo que discutir, debatir y confrontar requiere de cierta virulencia subjetiva interior, sin la cual el acto de conocer quedaría bajo la sospecha de que nada sucede de interés epistemológico, el ejercicio de entender se parece armisticio frágil y temporal sobre un tema, por cuanto los instintos en pugna siempre cuestionan el estatu quo. Además, este enfrentamiento instintivo es dejado en un segundo plano, en tanto el ejercicio de entender presume de ser apacible y por ello simula que se basta a sí misma y por ello “borra” los rastros de la lucha, haciéndose legítima y exclusiva acreedora del proceso de conocer. Esto es lo que históricamente se asume como la verdad del conocer. Pero lo que sucede es diferente. No se llega a conocer sin el concurso de la risa, del llanto y del odio. Foucault habla en vez del llanto y del odio, de la acción de deplorar, de detestar junto a la de reírse (1999: 179). Se requiere de instintos fuertes para enfrentar la rigidez de la realidad, de las creencias y del poder al imponer sus verdades de manera absoluta. Romper con lo habitual solo es posible si se revuelven los conceptos como también la forma de mirar la realidad. Es lo que en gran medida vemos en las caricaturas políticas.
La caricatura: un modo inteligente de conocer la realidad
La carga explosiva de la caricatura es capaz de estimular la risa por la forma burlesca de representar exageradamente la realidad. En igual medida la caricatura induce el llanto, la aflicción, el lamento propio de quién deplora una situación incómoda que requiere inmediata atención. Finalmente, la caricatura hurga en la animadversión, en el aborrecimiento, en la disposición a detestar lo que se muestra inalterable, ello porque al estimular este instinto se hace explícito lo que permanecería oculto por los artilugios de las ideologías y de las argucias demagógicas. La posibilidad de estimular, mediante la caricatura política, la reflexión a través de lo que sería un “sacudón” en los hábitos y creencias de los lectores termina por ser beneficioso para todos (Baker: 2012), a pesar de que algunos gobiernos y sectores sociales piensen lo contrario. Citando nuevamente unas líneas del parágrafo 333 de La Gaya Ciencia de Nietzsche podemos comprender mejor la fuerza que tiene la caricatura política para despertar la inteligencia: “… Este intelligere ¿qué es, en último termino, en cuanto forma por la cual los otros tres se nos hacen sensibles de un solo golpe? ¿El resultado de varios instintos que se contradicen, del deseo de burlarse, de quejarse o de maldecir? …” (1990: 191). Inteligencia, que invoca Bergson para revelar que la comicidad le incumbe directamente, a pesar de que la mayoría de las personas aducen que es un asunto de la sensibilidad.
Es por ello por lo que son incómodas las caricaturas como también sus creadores, en tanto que confrontan desde la inteligencia al poder. En el siglo XVIII destaca la emblemática caricatura en forma de pera del emperador Luis Felipe I de Orleans hecha por el dibujante Honoré Daumier que le costó el cierre de la revista donde se publicó la pieza, amén de pasar una temporada en la cárcel. A principio de los años veinte del siglo XX la serie Ecce Homo y Gott mit uns del pintor alemán George Grosz ridiculiza las costumbres de sociedad alemana, el estamento militar y también alude en tono de crítica la naciente ideología nazi, lo cual le acarreó problemas judiciales, multas y el exilio. Casos emblemáticos como el semanario satírico Charlie Hedbo por colocar caricaturas alusivas al profeta Mahoma terminaron con un ataque terrorista en su sede en París con un saldo de doce personas muertas y varios heridos. Lamentablemente la lista de agravios hacia los caricaturistas es larga y es un indicativo por medio del cual es posible medir la convivencia democrática. La censura es un síntoma de democracias débiles y gobiernos autoritarios (Burkart: 2014).
En el caso de Venezuela son varios los momentos en los que el poder de la caricatura política produce incomodidad, principalmente por su creatividad y contundencia visual, abriendo espacios de discusión en la esfera pública. Particularmente en los últimos años la relación no ha sido fácil para los caricaturistas. Si damos por cierto lo que dice Umberto Eco sobre un síntoma visible de una democracia de mínimos deseables es que exista un reconocimiento entre las labores periodísticas y de gobierno, manteniendo la transparencia y la mutua cordialidad, ello no ha sucedido en Venezuela.
Uno de ellos sucedió con el propio Pedro León Zapata cuando el 20 de octubre de 2000 el propio presidente Chávez criticó duramente una caricatura en la que se muestra una espada y un texto que dice: “A mi la sociedad civil me gusta firme y a discreción”. Roberto Weil fue despedido a finales de 2014 del diario Últimas Noticias por una caricatura que aludía a la muerte del dirigente político Robert Serra. En el mismo 2014, Rayma Suprani es despedida del diario El Universal por una caricatura en la que se representaba la crisis de salud en Venezuela y se la comparaba con la firma del presidente Chávez. En el 2015, Eduardo Sanabria, mejor conocido como Edo, renuncia al observar un cambio en la línea editorial del diario El Mundo especializado en temas de economía. Cabe señalar en la historia venezolana casos emblemáticos como los de Leoncio Martínez y Francisco Pimentel –en tiempos de Juan Vicente Gómez–, los cuales terminaron en la cárcel por sus publicaciones en el semanario Fantoches.
Consideraciones finales
Las caricaturas son un modo de conocer la realidad, porque obligan a la humana batalla de hacerse entender a través de instintos tan básicos y tan necesarios como los descritos por Nietzsche. Al tiempo que se puede medir la libertad por la conducta del gobierno y el respecto a la ley sin privilegios, según las recomendaciones de Hume. La incomodidad hacia las esferas del poder que produce la caricatura política, su capacidad de promover la reflexión en los espacios públicos, y su incitación a confrontar la realidad y estimular el conocimiento, la convierten en un arma política contra todo poder que intente controlar a las instituciones y someter a la sociedad.