Foto: Andy Warhol
Por: Steven F. González Pedroza
SUMARIO
En el siguiente artículo se ve la comunicación desde diferentes puntos de vista. Abordando la influencia que tuvo la lógica formal en las humanidades y en las ciencias sociales, y luego evaluando la forma en la que estos campos del conocimiento entendieron que la comunicación vino a cambiar –en el contexto de la tecnología y la saturación–. La discusión acerca del pensamiento posmoderno y la hermenéutica toma especial interés no solo por su relevancia, sino por las interpretaciones complementarias y de ruptura que vienen de cada tradición intelectual. Interpretaciones que en este artículo se intentan colocar de relieve a través de los elementos de la diferencia, la experiencia y el diálogo.
Introducción
La emergencia de nuevos discursos y nuevas sensibilidades ha hecho que se ponga en tela de juicio la comprensión del fenómeno comunicativo. Desde los primeros estudios al respecto, siempre se tomó a la comunicación como una relación lineal, sujeta a la fórmula de la lógica formal en la que el mero nominalismo del emisor, el receptor y el mensaje parecían por sí mismos englobar todo el complejo proceso que implicaba el entendimiento entre dos o más personas. Se primaba así una perspectiva lógica, procedimental y unidireccional sobre lo que la comunicación era.
Con la llegada de varios puntos de vista que criticaban y relativizaban esta manera de entender la comunicación, se empieza a pensar de modo distinto tanto a la comunicación como a la sociedad, pues ambas eran evaluadas bajo la luz de la lógica formal y el positivismo de la época. Comienza a ser latente la influencia de la tecnología, la movilidad, el surgimiento de las incertidumbres, la saturación y demás aspectos que corresponden a la condición posmoderna y a la individualización de la interpretación. La lógica formal comienza a ser puesta en entredicho. Los conceptos y constructos heredados del pensamiento moderno se problematizan ante la emergencia de nuevas maneras de asumir la subjetividad, la comunicación y la vida en general.
Surgen la perspectiva posmoderna y la mirada hermenéutica. Estas perspectivas destacan el elemento de la diferencia en el proceso interpretativo y comunicativo, proceso que en nuestra lectura no es solo asumido como un simple reconocimiento de la diversidad, ya que por medio de la visión gadameriana se intenta leer la diversidad de dicho proceso por medio de la posibilidad del consenso y el acuerdo en el contexto de la multiplicidad de interpretaciones y vías de comunicarse. Se trata entonces de rescatar tanto un reconocimiento de la diferencia como poner de relieve vías a través de las cuales las personas pueden tanto complejizar como pensar éticamente el fenómeno
de la comunicación en la actualidad.
La influencia de la lógica formal
La reflexión contemporánea en torno a la sociedad se sitúa en la necesidad de comprender un mundo que cada vez luce más incierto y menos aprehensible por los modelos tradicionales. Modelos que van desde la disciplina económica a las artes, del quehacer político a las humanidades y las ciencias sociales. Si bien este es el signo de nuestra época, podríamos decir que no siempre fue así. Los tradicionales parámetros de la ciencia, la certeza, la búsqueda por la objetividad, las teleologías que buscaban hacer predecible cualquier acontecer humano; en fin, todo lo que podamos enmarcar dentro del mundo de la racionalidad técnica se ha encontrado en una encrucijada a lo largo de los últimos cuarenta años. En las palabras de Rigoberto Lanz:
En este sentido puede decirse que en la actualidad no existe un centro de gravedad que incida de manera determinante en los debates intelectuales. El rasgo predominante de este tiempo es precisamente el descentraje, el desplazamiento, la atomización.
No existen ejes maestros que pauten la producción intelectual en el mundo. Esta despolarización del debate teórico está directamente asociada a una relativa desdramatización de los viejos antagonismos. El fanatismo ideológico de otros tiempos ha dado paso a una subcultura de la desafiliación que sirve de ingredientes para la caracterización del momento que vivimos (Posmodernidad) (Lanz, 2016: p. 114).
En la pérdida de un único centro dador de sentido se fundamenta parte de lo que hoy en día conocemos como la condición posmoderna. La misma en el marco de las críticas hacia la racionalidad tecnológica, la cual no solo fue puesta de relieve por los autores posmodernos, sino también por autores de la teoría crítica. Importante en este sentido viene a ser la figura de Herbert Marcuse, quien con su evaluación al respecto de las implicaciones de la lógica formal da luces sobre el funcionamiento de esta racionalidad tecnológica. Pues:
Bajo el mando de la lógica formal, la noción del conflicto entre esencia y apariencia es desechable, si no carente de sentido; el contenido material es neutralizado; el principio de identidad se separa del principio de contradicción (las contradicciones son la culpa del pensamiento incorrecto); las causas finales son apartadas del orden lógico. Bien definidos en su alcance y su función,
los conceptos se convierten en instrumentos de predicción y de control. La lógica formal es, así, el primer paso en el largo camino hacia el pensamiento científico; solo el primer paso, porque todavía se necesita un grado mucho más alto de abstracción y matematización para ajustar las formas de pensamiento a la racionalidad tecnológica (Marcuse, 1969: p. 165).
La predicción y el control eran posibles de la mano de la lógica formal. Control que a su vez hace ordenable el mundo, divisible desde entes separados y a la vez inconexos entre sí. La división del mundo entre maneras individualizadas de ser y la predictibilidad de la esfera humana son tan solo algunos de los signos del pensamiento moderno. Así, la reducción, la matematización de la vida se vuelve uno de los principales problemas con los que lidian los posmodernos y los autores de la teoría crítica. Sin embargo, no siempre ha sido un problema tal espíritu, ya que el avance del pensamiento ilustrado se valió precisamente de tal fórmula para estudiar y establecer los parámetros de lo cognoscible. Sabemos que en un inicio la lógica formal sirvió de apoyo para las ciencias “duras”, pero en el camino muchos pensadores e intelectuales, estudiosos de lo social, compraron el discurso que reinaba en la época: al igual que las ciencias naturales, las humanidades y las ciencias sociales debían garantizar el estudio objetivo y neutral que formulara leyes universales para así poder hacer al objeto de estudio –la sociedad y sus individuos– lo más predecible posible para poder captarlo, explicarlo y controlarlo. El pensamiento heredado por la Ilustración deviene, entonces, en totalitario. Pues:
Su falsedad no radica en aquello que siempre le han reprochado sus enemigos románticos: método analítico, reducción a los elementos, descomposición mediante la reflexión, sino en que para ella el proceso está decidido de antemano. Cuando en el procedimiento matemático lo desconocido se convierte en la incógnita de la ecuación, queda caracterizado con ella como archi-conocido aún antes de que se le haya asignado un valor. La naturaleza es, antes y después de la teoría cuántica, aquello que no se agota ahí, lo indisoluble y lo irracional, es invertido por teoremas matemáticos. Con la previa identificación del mundo enteramente pensado, matematizado, con la verdad, la Ilustración se cree segura frente al retorno de lo mítico. Identifica el pensamiento con las matemáticas. Con ello quedan éstas, por así decirlo, emancipadas, elevadas a instancia absoluta (Horkheimer y Adorno, 2006: p. 78).
Tal control lo podemos definir además como una manera particular de comprender a la sociedad pues, al pretender formular leyes universales para esta, se expone de alguna manera u otra lo que para los primeros positivistas era su noción de sociedad: estática, maleable y manipulable. En fin, predecible. Si seguimos el recorrido teórico del positivismo de finales del siglo XIX sabremos la clara influencia que tuvo esta interpretación tanto en Europa como en Estados Unidos. La escuela de Talcott Parsons, las tesis de Robert K. Merton y las escuelas funcionalistas son claramente influenciadas por el positivismo y la influencia de la lógica formal. Y así como las ciencias sociales fuesen influenciadas por esta manera de entender el conocimiento, los estudios sobre la comunicación siguen por igual este recorrido. Pues lo que el funcionalismo, escuela deudora de la reflexión positivista, pudo decir en el ámbito específico de la comunicación no difiere demasiado con lo que arriba se lee al respecto de la lógica formal. Lo que se buscaba, de igual modo, era la simplificación del proceso comunicativo a la triada emisor-mensaje-receptor, triada que al igual que la lógica formal viene justamente de la reflexión aristotélica, pues ya “[…] en el dominio de la filosofía, la apreciación aristotélica se refería al proceso de la comunicación en términos de la persona que habla, el discurso que pronuncia y la persona que escucha […]” (Colina, 1986: p. 19).
Se evidencia linealidad, formulación de categorías, ordenación de la vida como si la misma fuese un procedimiento, trato de la realidad a partir de individuos separados de sí, sin historia, sin contexto y sin contradicciones. Básicamente lo que se plantea es la preponderancia del sistema comunicativo en sí mismo, más que la reflexión sobre las posibilidades reales de la concreción de tal procedimiento. En este contexto emergen algunas de las críticas que comienzan a problematizar no solo el ámbito de la comunicación, sino la misma linealidad propuesta desde la esfera de la lógica formal. Críticas que como veremos a continuación abordan a la comunicación como un espacio de multiplicidad y saturación.
Comunicación y saturación
Actualmente podemos ver distintas posturas que de una manera u otra atentan contra lo que era una verdad indiscutible en el análisis funcionalista: la unidireccionalidad como base de la comunicación. Esta unidireccionalidad la entendemos como el simple transitar del mensaje que va del emisor al receptor sin obstáculo alguno, sin contradicciones. Pudiera decirse entonces que la comunicación también en su inicio fue entendida como un proceso mecánico. Sin embargo, la crítica hacia la óptica funcionalista parte de una realidad ineludible, y es aquella que reza que la comunicación debe ser asumida “como un proceso típicamente humano” (Colina, 1986: p. 20), y en dicho proceso deben tomarse en cuenta un sinfín de variables que pertenecen al mundo de lo humano. La cultura, sus costumbres, tradiciones y desencuentros forman parte de lo complejo de las sociedades, así como también de las pautas de cualquier proceso comunicativo. Nos dirá Igor Colina que en el proceso comunicativo el hombre juega un papel importante, así como también las condiciones socio-históricas en las que el mismo se encuentra (Colina, 1986: p. 57). Pero condiciones socio-históricas que no implican una vuelta a la concreción de generalidades, a leyes de la sociedad que hagan parte de una cierta intención de predictibilidad, pues lo histórico es conformación de lo diverso, concatenación de lo diferente, preservación, por supuesto, pero en el encuentro de lo distinto. En este sentido conviene resaltar que cada época comunica algo propio, un espíritu específico que la hace especial, que la hace particular y de difícil reducción a conceptos de carácter unidireccionales o que busquen univocidad.
Tomando esto en cuenta, y reconociendo el deterioro de algunas de las ideas-fuerza de la modernidad, conviene decir que la seguridad brindada por la ciencia, por la racionalidad técnica, por el pensamiento estratégico, por la planificación, en fin, por la lógica formal, se derrumba al enfrentar el creciente estado de incertidumbre que envuelve a la sociedad dentro de la lectura posmoderna. Siguiendo tal premisa vale la pena preguntar: ¿el materialismo histórico o el positivismo pueden dar respuestas al surgimiento de las incertidumbres? ¿Puede reflexionarse bajo esos esquemas un mundo que cada vez se hace más y más problemático? ¿No será que la erosión moderna también alcanzó definitivamente la manera clásica –y mecánica– bajo la cual se piensa el mundo y el problema de la comunicación?
Son preguntas que emergen ante lo que Kenneth J. Gergen presenta en el libro El Yo Saturado (1991), trabajo que apunta al campo de la psicología y que da luz de manera amplia a la reflexión de nuestra actualidad. En dicho trabajo el autor nos hablará del efecto que ha tenido el avance de la tecnología en los últimos años, sobre todo en la comunicación tanto personal como artificial. Pues en la perspectiva de este autor es necesario entender que la tecnología a finales del siglo XX logró hacer que el tacto, el sentir, el pensar y el hacer cambiaran radicalmente. Gergen comenta que:
En la comunidad de las relaciones directas cara a cara, el reparto de los personajes se mantenía más o menos estable. Por cierto que se registraban variaciones en virtud de los nacimientos y defunciones, pero no era fácil trasladarse de un pueblo a otro, y mucho menos rebasar la frontera de otro estado o país (Gergen, 1991: p. 97).
Lo estable cambia. El movimiento y lo dinámico se impone. Las relaciones cara-a-cara se ven súbitamente afectadas por el simple –y constante– movimiento humano. Se sobrepasa la barrera del espacio . El mundo estático, finito, conocido por el individuo moderno se convierte en un enigma. No es posible ni pensar una manera lineal de concebir el mundo, mucho menos la comunicación que se gesta entre las personas. La tecnología, la masificación y la movilidad erosionan el potencial poder de control que se pensaba ejercía la lógica formal. Resolver el acertijo corresponderá al saber desenvolverse y reconocerse en diferentes ámbitos. Para tal tarea se plantea interpretar esta situación desde el contexto de la multifrenia, que para Gergen no es más que “[…] la escisión del individuo en una multiplicidad de investiduras de su yo” (Gergen, 1991: p. 113). Es decir, el yo se libera de su caparazón y se arroja a la multiplicidad. El individuo, así, deviene en varias personas al mismo tiempo, varias personas que a su vez se sumergen en diferentes identidades, contextos y realidades. Pues la saturación que comenta Gergen es justamente, va justamente de eso, del arrojo de la persona al universo de lo diferente, de las interpretaciones. La exposición a la otredad no es simple exposición sino también toma de postura, conscientización de creencias, ideas y pensamientos. La multiplicidad se hace patente, se convierte en posibilidad de cambio, en exposición de un sinfín de maneras de entender e interpretar la realidad.
La comunicación entonces es imposible de ser pensada desde la unidireccionalidad de la lógica formal. Entran en juego el contexto, el tránsito, el movimiento. Se asiste de esa forma a la liberación del sentido y de la persona. Lo que se comunica ya no puede quedar minimizado a una formula, la movilidad se hace presente. Las definiciones del individuo y su carácter se vencen. Surge el mundo de la multiplicidad de personalidades y posiciones ante el mundo. El eclecticismo domina al ser posmoderno. Sin embargo, queda la duda sobre cómo entiende la mirada posmoderna el tema de la comunicación.
La condición posmoderna
La emergencia de la condición posmoderna puede ser abordada desde muchos ámbitos. Bien por el desgaste de la perspectiva positivista-funcionalista, como por el testimonio del dogmatismo de ciertas lecturas venidas desde la perspectiva crítica; sin embargo, es menester atender a este eclecticismo, o simple multifrenia desde el problema de las interpretaciones. Las variaciones de los discursos y de su intencionalidad son la regla. La persona se sumerge en dinámicas que la pueden hacer variar. Sea por encontrar nuevas maneras de apreciar el mundo, por desatender su propia tradición, por resignificar la realidad o simplemente poder llevar el trote a un mundo que cada día se hace más cambiante. La univocidad se termina, hay apertura y cambio en las personas, las cuales se ven dispuestas y expuestas a nuevas experiencias.
Sabemos al día de hoy que el mundo y su comprensión se compone por el devenir de las interpretaciones. Cada gran teoría en sí misma da una versión de la realidad, bien sea desde la lucha de clases marxista hasta la división social del trabajo durkheimniana. Podríamos decir que la posmodernidad se ha caracterizado precisamente por no tener una gran teoría conjunta sobre la sociedad, el sujeto, la economía, la política o siquiera la estética. Creemos que esto se debe tanto al aumento de las posibilidades de comunicarse como al aumento progresivo de las libertades individuales.
El momento denominado posmoderno coincidió con el movimiento de emancipación de los individuos respecto de los roles sociales y las autoridades institucionales tradicionales, respecto de las coacciones de afiliación y de los objetivos lejanos; fue inseparable de la instalación de normas sociales más flexibles y heterogéneas y de la ampliación de la gama de opciones personales (Lipovetsky, 2008: p. 67).
No vivimos ya en el mundo de la fe cristiana o de la lógica formal. Ahora hay cambio, posibilidad de configuración, rehabilitación no de una tradición sino de múltiples discursos y lenguajes que hacen al ser humano. Podemos decir que vivimos así en la esfera de lo diverso, donde la sociedad del conocimiento –que se percibe por momentos en la red 2.0– empuja a las personas a convivir con puntos de vista que vienen de distintas locaciones. La diferencia en cuanto a la forma de vivir la vida, de conocerla y de hablarla es latente. El encuentro con lo distinto es la regla. Se abre así la discusión al respecto del problema de las interpretaciones, pues:
Frente a las ilusiones de la autoconciencia y frente a la ingenuidad de la noción positivista de hechos el mundo mediador o intermedio del lenguaje se vuelve a mostrar como la genuina dimensión de la realidad –en la que juega la interpretación un papel central. Esto significa que la interpretación no es un recurso complementario del conocimiento y sí más bien un rasgo del ser humano, la movilidad de la existencia en la que se articula el sentido de todo lo que es, el sentido del mundo (Gutiérrez en Navia y Rodríguez, 2008: p. 77).
Lo importante a tomar en cuenta es que este surgir de las interpretaciones rompe con el discurso moderno funcional. Si damos un vistazo a la triada aristotélica quién-qué-quién que rescata Colina, y analizamos parte del problema de las interpretaciones, sabremos que la unidireccionalidad pretendida se corroe. Se intenta de este modo partir desde perspectiva más amplia, más integral y que tome en cuenta la complejidad de lo diverso. Podemos decir, entonces, que cada interpretación nueva da vida a distintas formas de aprehender el mensaje que se plantea a través de la figura del texto. Siguiendo a Paul Ricoeur podemos llamar texto “[…] a todo discurso fijado por la escritura. Según esta definición, la fijación por la escritura es constitutiva del texto mismo. Pero, ¿qué es lo que fija la escritura? Dijimos: todo discurso” (Ricoeur, 2001: p. 127). Y el texto, en este sentido, es entendido de una manera más amplia, la cual va de la siguiente forma:
Menester es mencionar que la noción de texto hay que entenderla aquí de modo amplio. Esto es, el texto como objetivación de un sujeto, la materialización de una acción humana. Por ejemplo, son textos: los libros escritos, los jeroglíficos, las pinturas, esculturas, partituras, filmes, canciones, fotografías, mobiliarios, vestidos, herramientas, utensilios, y, en general, las acciones humanas. Son textos, en tanto y en cuanto, son materializaciones con sentido socialmente significativo proporcionado por un sujeto o actor (Seoane en Larrique, 2006: p. 111).
Lo que se abre entonces es un proceso de múltiples direcciones donde la figura del emisor es interpelada constantemente ante la vertiginosa mutación del mensaje dispuesto en las formas del texto. En sí de lo que hablamos es de una súbita relativización del contenido de lo que se intenta comunicar e interpretar. Pasamos de una interpretación cerrada a una interpretación cambiante ante la persona y el contexto. Los esfuerzos intelectuales de los últimos años se han esforzado precisamente por recoger esta suerte de ética-de-la-otredad y hacerla el ethos de nuestra época. De lo que se trata es de rescatar una mirada abierta, que no congregue única y exclusivamente el elemento dispuesto por la lógica formal, sino que haya oportunidad para el desacuerdo, para lo múltiple, para el disenso. Al aceptar el disenso, aceptamos entonces al diferente. Entiéndase, aceptamos la diversidad de interpretaciones, textos y discursos.
Sin embargo, este aceptar no siempre es armonioso. Igor Colina nos hablará de una nueva triada correspondiente a lo entendido, lo sobreentendido y lo malentendido (Colina, 1986: p. 70). Esta triada se propone una interpretación más cercana a la condición humana y su complejo hacer. Lo entendido vendría a formar parte de aquella intención de captar inmediatamente del mensaje, en la medida en que se plantea un mensaje y una recepción libre de problemas o desencuentros. En este punto no nos detendremos. Lo verdaderamente interesante de esta postura se encuentra en la noción de lo sobreentendido y el malentendido. Lo sobreentendido es de donde emana la cultura y las tradiciones, el arraigo de una sociedad y se establecen los parámetros de lo que es cognoscible y lo que no, mientras que el malentendido viene desde el nacimiento de la diferencia, del encuentro de los que no son iguales; es decir, los malos entendidos surgen ante la puesta en escena de distintos tipos de sobreentendidos. Del encuentro entre distintos se da pie a la configuración de la comunicación. Se pasa a la saturación y al constante cambio, a la intermitencia de la comprensión de lo que se dice, se hace y se es. La interpretación pasa a ser entonces tema también del cambio, de la configuración constante y no solo una cosa de la linealidad propuesta por los modernos. No en vano Colina nos hablará de incomunicación en lugar de hablarnos de comunicación genérica. La incomunicación para este autor surge precisamente de lo sobreentendido y de sus variantes según cada sociedad y parámetro de conocimiento. Sin embargo, y más allá de tomar en cuenta esta perspectiva, conviene señalar no solo el estado actual del espacio posmoderno, sino también destacar vías a través de las cuales las personas se encuentran y asumen la diferencia. Vías a través de las cuales no solo hay diversidad sino también posibilidad de consenso. Pasamos así del tema de la comunicación y la posmodernidad a la perspectiva hermenéutica del diálogo.
Experiencia, hermenéutica y diálogo
La hermenéutica no consume del todo el discurso posmoderno, pues la hermenéutica no acepta solamente la alteridad, ya que busca por medio de una propuesta ética e histórica superar las posibilidades de incomprensión o de malos entendidos en la interpretación del texto. Hay varios mensajes y espacio para la diferencia, la cual es asumida desde el aspecto específico de la experiencia. Pues la experiencia que se destaca desde la hermenéutica es la experiencia negativa, aquella que no confirma nuestras expectativas. Dicha manera de entender la experiencia es desarrollada por Hans-Georg Gadamer, quien en Verdad y método (2007) comenta que:
La experiencia es aquí algo que forma parte de la esencia histórica del hombre. Aun tratándose del objetivo limitado de una preocupación educadora como la de los padres por sus hijos, la de ahorrar a los demás determinadas experiencias; lo que la experiencia es en su conjunto, es algo que no puede ser ahorrado a nadie. En ese sentido, la experiencia presupone necesariamente que se defrauden muchas expectativas, pues sólo se adquiere a través de decepciones. Entender que la experiencia es, sobre todo, dolorosa y desagradable no es tampoco una manera de cargar las tintas, sino que se justifican bastante inmediatamente si se atiende a su esencia. Ya Bacon era consciente de que sólo a través de instancias negativas se accede a una nueva experiencia. Toda experiencia que merezca este nombre se ha cruzado en el camino de alguna expectativa. El ser histórico del hombre contiene, así como momento esencial una negatividad fundamental que aparece en esta referencia esencial de experiencia y buen juicio (Gadamer, 2007a: p. 432).
Y en esta experiencia negativa se encuentra muchas veces presente la otredad, pues desde lo propio no se puede generar la experiencia que reclama Gadamer. Se caería en ese sentido en lo sobreentendido, que bien pertenece al mundo de la tradición y a la historicidad de la comprensión, pero que a los fines prácticos de lo que intentamos resaltar queda de lado ante la figura del malentendido. Pues la posibilidad de no entender un mensaje, de encontrar una experiencia negativa en el ámbito comunicativo, viene producto justamente del encuentro con el otro. Del otro que además habla como lo hace un tú, como una persona concreta y no como una idea abstracta ni como un procedimiento. El tú y su perspectiva se hacen importantes así para la filosofía hermenéutica de Gadamer de la siguiente manera:
En el comportamiento de los hombres entre sí lo que importa es, como ya vimos, experimentar al tú realmente como un tú, esto es, no pasar por alto su pretensión y dejarse hablar por él. Para esto es necesario estar abierto. Sin embargo, en último extremo esta apertura sólo se da para aquel por quien uno quiere dejarse hablar, o mejor dicho, el que se hace decir algo está fundamentalmente abierto. Si no existe esta mutua apertura tampoco hay verdadero vínculo humano. Pertenecerse unos a otros quiere decir siempre al mismo tiempo oírse unos a otros. Cuando dos se comprenden, esto no quiere decir que el uno “comprenda” al otro, esto es, que lo abarque. E igual “escuchar al otro” no significa simplemente realizar a ciegas lo que quiera el otro. Al que es así se le llama sumiso. La apertura hacia el otro implica, pues, el reconocimiento de que debo estar dispuesto a dejar valer en mí algo contra mí, aunque no haya ningún otro que lo vaya a hacer valer contra mí (Gadamer, 2007a: p. 438).
Hablamos entonces de apertura y diálogo. Hablamos de la posibilidad de llegar a acuerdos aún en el reconocimiento de la diferencia. Luce en primera instancia sencillo, sin embargo, la propuesta de Gadamer dista de tener un recorrido sencillo, pues la misma requiere de lo concreto, de lo que se hace palpable en la existencia, que como ya hemos visto habla desde la incertidumbre y emergencia de diversas interpretaciones. No obstante, la filosofía hermenéutica de Gadamer no asume para sí una postura posmoderna, ya que:
La vida del lenguaje consiste en la continuación ininterrumpida del juego que empezamos cuando aprendimos a hablar. Se producen nuevos usos verbales y mueren antiguas palabras al margen de nuestra intención y voluntad. En ese juego continuado ‘se juega’ la convivencia de los seres humanos. El consenso que se produce en la conversación es a su vez un juego. Cuando dos conversan, hablan el mismo lenguaje. Ellos no saben que mientras hablan siguen conjugando este lenguaje. Pero cada cual habla también su propio lenguaje. El acuerdo se produce en el contraste entre discurso y discurso, pero sin detenerse. En la conversación nos trasladamos constantemente al mundo representativo del otro, nos confiamos en cierto modo al otro y él se confía a nosotros. Así alternamos unos con otros hasta que empieza el juego del dar y tomar: la verdadera conversación (Gadamer, 2010: p. 130).
De esta forma la filosofía hermenéutica de Gadamer va de la mano con el problema de la ética. Se busca el entendimiento, la construcción de un saber común a partir de posibilidad de puntos de vista diferentes. La perspectiva de la lógica formal, que unifica los criterios de la comunicación a la fórmula del receptor y el emisor se problematizan en este sentido, ya que para Gadamer “[…] en la conversación el otro no es solo destinatario sino también interlocutor” (Gadamer, 2007b: p. 145). En consonancia con esta visión al respecto del diálogo y del otro, es significativo el trabajo de Antonio Pasquali (2007), quien nos hablará de lo importante que es la noción de comunidad para el futuro de la comunicación. Nos dirá Pasquali que la comunicación es esencial para la convivencia entre comunes, sobre todo si entendemos a la comunicación como una categoría de relación por encima de la noción de proceso. En esta relación lo verdaderamente importante es la retroalimentación y la reciprocidad, que se expresa en una manera ética de ver a la comunicación. El fin último de la comunicación para Gadamer y Pasquali es entonces el de realizar un diálogo plenamente democrático. Siempre tomando en cuenta las posibles trampas de la relativización y de la manipulación generada por interpretaciones instrumentalistas. Pues:
Esta es la dimensión hermenéutica de la ética y la razón práctica. La hermenéutica es el arte de la comprensión. Y entonces usted se da cuenta inmediatamente de que esta comprensión de nuestras situaciones prácticas y de lo que hay que hacer en ellas no es un asunto monológico, sino que tiene un carácter de diálogo. ¡Hay que hacerlo en común! Nuestra forma de vida tiene carácter ‘yo-tú’ y carácter ‘yo-nosotros’ y carácter ‘nosotros-nosotros’. En nuestros asuntos prácticos dependemos del entendimiento mutuo de la comprensión en este sentido. Y la comprensión tiene lugar en el diálogo (Gadamer en Dutt, 1998: p. 97).
Así el entendimiento mutuo deviene no solo en posibilidad sino también en requerimiento mínimo de cara a los procesos comunicativos que se dan en la actualidad.
Conclusión
La condición posmoderna se encuentra en una tensión necesaria con la postura que emana de la hermenéutica. Mientras que en la condición posmoderna las viejas formas se han desmoronado y la persona está a merced de un desarraigo individualista, producto de nuevas sensibilidades y de nuevos discursos , la postura hermenéutica nos pone en perspectiva de un problema que consideramos vital en la discusión que hemos desarrollado: el problema del entendimiento tanto en la comunicación como en la esfera de las interpretaciones.
La erosión de la lógica formal y la multifrenia expuesta por Gergen son parte de los síntomas de la condición posmoderna. En el mundo de los diferentes y lo diverso, lo individual se hace presente de manera fuerte y decidida. El movimiento ayuda a la prefiguración de la persona, la cual ya no cuenta con perspectivas cerradas, sino que se abre más y más a nuevas experiencias. Entre las muchas experiencias que se conforman en la actualidad se cuenta con la posibilidad del sobreentendido y el malentendido, las cuales hablan de lo familiar y lo extraño, lo conocido y lo desconocido. En ese respecto conviene tomar en cuenta la multiplicidad de sobreentendidos en los que se mueven los seres humanos, multiplicidad que a su vez genera el encuentro con el malentendido, con aquello que no es apreciado y entendido de manera lineal, sino que problematiza nuestra percepción y nuestro conocimiento de las cosas.
Bien podría pensarse que la aparición del malentendido por sí solo permite que se complejicen los procesos comunicativos que se emprenden desde la lógica formal, sin embargo, el malentendido requiere siempre de elementos concretos que permitan que el acuerdo sea siquiera pensable. Así el diálogo se vuelve posibilidad por medio de la interpretación que desde la hermenéutica se hace de la experiencia, la cual lejos de reafirmar las expectativas propias siempre implica un espacio de negación, de ruptura con lo sobreentendido. No obstante, la perspectiva gadameriana sobre la experiencia no se queda en el simple enunciar una situación, pues lo que se busca es la materialización del acuerdo. El espacio para esta materialización es el diálogo, el cual no es el encuentro entre la persona y la lógica formal, mucho menos es monólogo individualizado. El diálogo en este sentido es un diálogo entre seres humanos que buscan, a pesar de la diferencia, algo común, algo que congregue y permita llegar al consenso.
Estamos así entre puntos de vista que enaltecen tanto la diferencia como el consenso. El problema de la liberación y la movilidad de la interpretación supone de esta manera un quiebre con la unidireccionalidad de la lógica formal para proponer un cierto sentido de reciprocidad e interlocución, sentidos ambos que ponen de relieve tanto la finitud de la linealidad del pensamiento moderno como las innumerables posibilidades de aprehender lo que se comunica en la actualidad.
Referencias
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Steven F. González Pedroza
Sociólogo de la Universidad Central de Venezuela. Tesista de la Maestría en Filosofía de la Universidad del Valle. Grupo de investigación: Hermes.